Yo, como cualquier ser humano de este planeta. he de reconocerlo, también me he enganchado a la saga de Millennium, esa serie de tres novelas que nadie dudaba acabaría saltando a la gran pantalla, como así fue, y como ocurrió con otras grandes novelas de acción del pasado y del presente, y hablo de El Señor de los Anillos, Harry Potter, El Padrino, El Capitán Alatriste, y ahora Millemmium. Hace apenas quince días acabé -se dice acabé como si nos lo hubiéramos merendado, curioso- con Los Hombres que no amaban a las mujeres, que como ustedes saben es el primer libro de la serie. Ayer sábado por la mañana concluí La Chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, y ya estoy desesperado a la espera de que mi cuñada Mary Jose, la del gimnasio AÇUA GYM, me pase la tercera parte, pues el final del segundo tomo me deja, como a todos, a dos luces, encendido, ansioso.
He de reconocer
que yo, como cualquier ser humano de este planeta, que lea con frecuencia, me
acerco a la literatura para divertirme, y no tanto para flagelarme. Por
descontado que, incluso sin pretenderlo, te instruyes un huevo y parte del otro,
pero cada día mas, tal vez sea por la edad, persigo el objetivo de disfrutar con
la lectura, relajarme con las historias que allí transcurren, sentir las ansias,
la pasión, el miedo, el goce de los personajes que intervienen en la novela,
pero desde la tranquilidad que nos da la tribuna, y en casos excepcionales el
burladero: próximos pero no dentro.
En su momento,
como cualquier ser humano de este planeta al que pertenezco por nacimiento y
adopción, me enganché con El Código Da Vinci, ¿qué hago?, tú, ¿qué hubieras
hecho en mi lugar? Estaba en la piscina del hotel, en Marbella, de vacaciones,
con los niños corriendo de aquí para allá. María empezaba a nadar y la piscina
pequeña apenas le cubría. Gema llevaba al menos dos años suelta. Nico, ni te
cuento. No había riesgo. Habíamos contratado el todo incluido, aunque he de
reconocer que lo más que me tomaba cada día, al margen de las habituales
comidas, era un café a la tarde, una coca-cola sobre las seis -tal vez dos-, y
por la noche un café y un cubata. Lo cierto y verdad es que les salía barato al
hotel. Otros había, que haylos, que de forma desmesurada se cascaban de siete a
ocho cubatas, etc. etc. Que ojo, a mí me parece muy bien. Sencillamente que yo
no podía, me sentía cargado. Y me encontraba de vacaciones, no de marcha
cubatera, la verdad.
¿Qué hubieras
hecho tú en mi lugar en esa situación? Lógico. leer El Código Da Vinci, en plan
tirao en la hamaca de la piscina del hotel en la Urbanización
Marbesa. Y sobre la arena de la playa pues igual de igual. Te
hablo del año 2004 o 2005, cuando salió el best seller, no ahora. Igual me ha
ocurrido con Millennium. ¿Has probado a inyectarte un libro de 7oo y pico
páginas, directamente por la vena del cerebro, en apenas tres, cuatro o cinco
días hábiles que duran las vacaciones? Deberías probarlo, pues no deja de ser
curioso que el sol se achicharra solamente por un lado, dejándote además una
marca en forma de libro a la altura del pecho, de pezón a pezón. Si fueras mujer
es probable que la marca te traumatizara, pero tratándose de hombres como que no
es lo mismo. De ahí que las mujeres suelan leer con las espaldas hacia arriba y
el libro en la parte de abajo, en posición letal para los juegos de
guerra.
Como cualquier
mortal de este planeta, por razón de la edad que vamos cumpliendo, la debilidad
de la carne -achicharrada o al gusto-, he de confesarte que yo también he
sucumbido a la saga de Millennium, y no sé cómo desengancharme. Por favor, de
ahí mi ruego, si conoces alguna clínica de desintoxicación del síndrome de Stieg
Larsson, me facilites, nos facilites a todos los datos, pues es difícil
arrastrar con esa cruz que algunos llaman la mala literatura, y a mi, y a otros
millones de humanoides de este planeta, nos tiene enganchados, a la espera de un
cuarto capítulo que alguien descubra que escribió pero no se atrevió a
entregarlo a la editorial, así como la segunda y tercera película, made in
Suecia que nos quieran meter por los ojos y que nosotros seguro visionaremos,
salvo que estemos curados del síndrome de Stieg Larsson y sus consecuencias, que
diría José Ortega y Gasset si viviera en este planeta de seres tan poco
inteligentes y escasamente originales.
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