HANS CHRISTIAN ANDERSEN EN BAILÉN
Era el mes de septiembre de 2010. Como si se tratara de una imagen grabada en 1862, se nos presentó el autor danés. Habíamos quedado con Hans Christian Andersen en la Posada del Hotel Bailén. Nos permitió entrevistarle y que le dibujáramos con la cámara de José María García Verdejo mientras la diligencia que le llevaba hasta Madrid repostaba en la venta y sustituía a los jamelgos por otros más frescos. Con chistera a la moda de la época, enfundado en casaca oscura, bajo la que se ocultaba un coqueto chaleco ornamentado con gráficos y símbolos dorados, el personaje, que en ocasiones nos parecía extraído de un cuento, posó para nuestro reportaje. Nos encaminamos hacia la escultura de nuestra heroína, María Bellido, a la que rindió un sencillo y silencioso homenaje, pues decía que el silencio es uno de los sonidos más hermosos que el ser humano puede pronunciar, o al menos ayudar a que se produzca. Que esa precisamente era una de las facetas que menos le gustaban de los españoles, muy dados al jolgorio, pero también al estruendo. A pesar de ello, y de otros vicios que nos fue descubriendo en el transcurso de la conversación, amaba profundamente nuestra cultura, y a sus gentes, siempre animosas, nos confesaba.
Dese muy pequeño, con apenas tres años, había sentido sobre su cuerpo el abrazo melancólico de un soldado español, apartado de su familia por mor de las guerras que asolaron Europa al antojo de Napoleón. Sintió su abrazo y a la vez el fuego frío que recorre las venas de los españoles en la distancia de su tierra. El soldado, en quien se inspiró para su famoso cuento “El Soldadito de Plomo”, pertenecía a las tropas que Pedro Caro y Sureda, Marqués de la Romana, tenía acantonadas en Dinamarca bajo las órdenes opresivas del corso.
Denotaba serenidad mientras paseábamos junto a los olivos que circundan Bailén, junto a las centenarias piedras de la Iglesia de la Encarnación, donde le explicamos descansa “La Culiancha”, vocablo que nos fue complicado explicarle, pues no conocía en profundidad la lengua de Cervantes, confesándonos a renglón seguido que “El Quijote” durante años había sido su libro de cabecera, su fiel consejero, y por el que sentía predilección, sin olvidarse de su vecino Shakespeare, de cuyas fuentes bebió en su juventud. Nos contó las peripecias sufridas en Barcelona, Valencia, Murcia, Málaga, el norte de África, Sevilla o Córdoba, donde alternó con Paco Mata en los bares cercanos a la Mezquita Cathedral.
Con voz dulce y melodiosa relató uno de sus cuentos, La Reina de las Nieves, mientras sus pasos se detenían en la plaza de la Constitución con el Ayuntamiento al fondo. Junto al Museo de la Batalla de Bailén nos confesó que se sentía fascinado por Andalucía en particular, y que Bailén podría ser una buena ciudad para vivir, pues se haya a escasas leguas de las monumentales Úbeda y Baeza, de la enigmática Jaén, a los pies del Castillo de Santa Catalina, Andújar, cruzada de parte a parte por el río Guadalquivir, que le acompañó en variados itinerarios por Andalucía. Incluso acertó a posar junto a María, inspirándose en los detalles de sus vestimentas y posiciones para su célebre cuento “El Soldadito de Plomo”.
Andaba cansado, pues en aquesta época los viajes eran largos e incómodos, por lo que nos pidió permiso para ausentarse de la entrevista y de la sesión fotográfica, marchándose a sus aposentos, mientras el equipo de Bailén Informativo captábamos una última imagen de Hans Christian Andersen perdiéndose en los pasillos de la hospedería.
Manuel Ozáez
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