Buenos días oyentes. Adiós al año 2010, del que algunos dirán
"que te vaya bien, que te parta un rayo, que te pille un tren".
Precisamente no pasará a la historia por sus excelentes datos económicos, ni
tampoco por las fabulosas listas de empleo, menos aún por la cordialidad
exhibida entre los grupos políticos del arco parlamentario o por la infinidad
de acuerdos alcanzados en la cumbre, ¡es broma!. Pasará, con total seguridad, a
los libros de historia de nuestro país, por el esfuerzo de algunos jóvenes en
alcanzar metas hasta ahora inalcanzables o difíciles de conseguir, como el traer,
por primera vez, la Copa del Mundo de Fútbol a España, en una suerte de éxtasis
colectivo que inundó nuestras calles, desde los barrios más pobres a los más
guetos más opulentos; que anegó de alegría nuestras ciudades, desde el norte
pirenaico al sur fronterizo con África, desde Galicia hasta el Levante, pasando
por Baleares y Canarias, que siempre es una hora menos, por lo cual se
enteraron literalmente antes que los peninsulares, haciendo que nos olvidáramos
durante una quincena de los cotidianos problemas de supervivencia y asfixia.
Otra legión de deportistas del mundo del motor sobre las dos ruedas, hicieron
triplete en el Mundial, gesta que tardaremos algunos años en igualar, ¿o quizás
no?. Un año en el que lo poco que nos hizo disfrutar vino de la mano del
deporte español, no de la economía, no de la política, no de la banca, no de
las empresas. Al menos, nuestros atletas y deportistas nos hicieron olvidar
durante breves momentos la terrible realidad de un país sumido en la
desesperanza que quiere y no puede salir de ese pozo de miseria porque alguien
–pónganle ustedes nombre- desde abajo nos retiene, impidiendo que saquemos la
cabeza.
Manolo Ozáez
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