Como decía en su crónica Miguel
Ángel Perea, costó un enorme esfuerzo hacerse con el Cerro de San Cristóbal,
más aún desplazar un cañón de artillería hasta lo alto del escarpado montículo
-comencé a entender lo arriesgado del deporte del alpinismo y la complicación
del montañismo, a pesar de que lo que habíamos coronado era un otero de escasos
doscientos metros, con el añadido de arrastrar de un peso superior a los 200
kilogramos-.
Coronado el cerro, emulando a
los Regimientos españoles que custodiaban la altura hace doscientos un año,
colocamos nuestra bandera roja-amalla-roja de 1.795 con el escudo de Castilla y
León en su centro, procedente de la armada española y que más tarde se
convertiría en nuestra enseña nacional, moderando el intenso color rojo de su
centro en otro menos encarnado. Esta, que sustituyó a las aspas rojas de San
Andrés sobre fondo blanco no se alterarían hasta 1.931 en que la 2ª República
Española hizo suya la bandera roja-amarilla-violeta, hasta que en 1.939 la
victoria de los nacionales sobre los republicanos alteró de nuevo los colores
incrustándole el águila imperial en su centro. Con la llegada de la democracia
en 1.978 y con la aprobación de la Constitución Española, volvimos a la
roja-amarilla-roja actual y el escudo constitucional-monárquico en su centro.
Ondeando nuestra bandera sobre
los cielos de Baylen, los esforzados que arrastramos el cañón en la tarde del
sábado hasta su cima, que en su honor diré que eran el capitán Antonio Miguel
Troyano, el teniente Nicolás Manuel Ozáez, el subteniente Miguel Ángel Padilla,
el sargento Faustino Soriano, el cadete de Texas Nicolás Manuel Ozáez, jr.,
asistidos de los hermanos Izquierdo, Juan y Salvador, propietarios de la finca,
y acompañados de María y demás menores allí residentes, comenzaron, como en un
vía crucis, su ascenso hasta lo más alto de la loma por un camino escarpado que
en más de una ocasión hizo temer por el éxito de la misión, pues no era asunto
fácil. Tras varios descansos reponedores, pudimos alcanzar nuestro objetivo,
abriéndose la visión de la villa de Bailén, la vecina de Linares, Jabalquinto y
toda la vega influenciada por el Guadalquivir, ante nuestros ojos. Olivos
surcando el horizonte desde nuestra privilegiada posición de retaguardia.
Apenas un sueño y la caballería del general Vedel tomará, dice la historia,
nuestra débil posición. Algunos disparos que pusieran sobre alerta a las tropas
del general Reding, pues Castaños aún no había arribado a Baylen.
El sábado, tras la proeza de
subir el cañón napoleónico hasta la cima del Cerro San Cristóbal, la familia
Izquierdo se dignó mostrarnos las cuevas excavadas en nuestra Guerra Civil del
1.936 por los republicanos empleando mano de obra rebelde, pues así
consideraban a los nacionales. Un enjambre de galerías pulcramente excavadas en
la tierra arcillosa, que se conservan, tras más de setenta años en un excelente
estado de conservación. Algunas telarañas suspendidas para crear el adecuado
ambiente, y una gran cantidad de objetos antiguos acompañándonos durante
nuestro recorrido por el interior. Dormitorios, cocina, salón social con mesas
y sillas de maderas y con las copas sobre el mantel donde procurar una compañía
mientras el cantaor entona una seguidilla. Al fondo una bodega bien surtida, a
la temperatura justa. El dormitorio del vampiro, que dicen los niños al
contemplar su roja iluminación. La efigie de San Cristóbal sobre su trono y el
detalle del teléfono celular que algún día será reliquia de un pasado superado.
El domingo, tras la batalla y
la defensa del Cerro de San Cristóbal, volvimos a nuestra posición sobre la
cima y bajamos por la empinada pendiente el cañón, izándolo al remolque y
trasladándolo a su lugar de origen, hasta la próxima batalla. En esta ocasión
nos acompañaron los niños y las mujeres, pues nuestra incursión por el montículo
y por el interior de las cuevas había despertado el interés de todos ellos. De
nuevo fuimos agasajado por los propietarios de la finca, quedando en sellar un
pacto para el futuro que se condensará en actividades culturales y lúdicas para
recuperar la historia de dicho enclave bailenense. Este artículo es una muestra
de nuestro interés por impulsar ese acuerdo. Y su posterior publicación en el
próximo número del BAILÉN INFORMATIVO, acompañado de infinidad de fotografías
que Miguel Ángel hizo de aquellos lugares y de los que allí nos dimos cita.
Le prometí a los que subieron y
bajaron el cañón la recompensa de un artículo, y con este adelanto los
considero pagados, sin perjuicio de una propina que será pronto abonada.
Nicolás Manuel Ozáez
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