Buenos días, a pesar de todo lo que está cayendo. Hace un
tiempo, un amigo me comentaba, acerca de la crisis económica, que, como en
otras ocasiones, vendría la recesión y al poco la recuperación. Transcurridos
algunos meses el mismo amigo me recordaba que esta era de las peores
situaciones coyunturales que había conocido, y ya eran unas cuantas las que
había vivido en sus carnes. Hace no mucho tiempo volvimos a encontrarnos y me
refirió que atravesaba un momento crucial en su vida profesional, que incluso había
afectado a su vida laboral y modificado sus hábitos y costumbres. Había dejado
de salir con su mujer a tomarse las habituales cañas por las tascas del centro
de la ciudad; que el pasado verano apenas disfrutó de vacaciones, salvo un
exiguo puente en el apartamento prestado de un hermano, por lo que preveía que
el próximo estío se quedaría en su casa a la sombra de un álamo adulto, y
próximo al botijo. Que incluso había advertido a sus hijos que este año los
Reyes Magos como consecuencia de un accidente sufrido con los camellos,
probablemente no llegaran a tiempo para dejarles sus regalos, que en otra
ocasión sería. Pero lo cierto y verdad es que, a pesar de abrocharse el
cinturón hasta la última botonadura, seguían sin salirle las cuentas, y cada
mes gastaba más de lo que ingresaba, por lo que preveía que en cuestión de uno
o dos meses se iba a encontrar sin ahorros, sin recursos, sin financiación
bancaria y sin esperanzas de que su negocio mejorara a corto plazo, tal vez ni
a medio plazo, y un período más largo no suponía una solución a sus problemas
inmediatos. Fue cuando me confesó que había tirado por la ventana su hipócrita
vergüenza y había recurrido a su familia: hermanos y padres. Y aunque estos no
podían presumir de un estado financiero halagüeño, al menos podía contar con
ellos para situaciones de extrema necesidad. Yo me preguntaba, ¿cómo se las
ingenia la tropa para subsistir día a día y no lanzarse, escopeta en mano, a
asaltar los últimos reductos de la opulencia?
Manolo Ozáez
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