Respuesta al amigo Marcos Mateu, por Manolo Ozáez
Al respecto de la Isla de Cabrera, donde trasladaron a los
prisioneros de la Batalla de Bailén de 1808, no puedo sustraerme a contarte una
anécdota, real, que me ocurrió hace un tiempo, creo que fue en el año 2000,
aproximadamente. Me encontraba de vocal del Pleno de la Cámara Oficial de
Comercio e Industria de Jaén, y cierta tarde vino invitado como conferenciante, al salón de actos de nuestra sede, el prestigioso economista Ramón
Tamames. Quiero recordar que versó sobre "nuevas oportunidades de negocios
en el mundo global", o algo por el estilo. Al terminar, el presidente, que
entonces era Francisco Espinosa, nos invitó a los miembros asistentes del Pleno de la
Cámara a una cena privada con don Ramón Tamames, que se celebró en el
Restaurante Casa Vicente de Jaén, el que existía en la zona antigua próxima a
la Catedral.
Tuve la suerte de que
me correspondiera sentarme frente a Paco Espinosa y Ramón Tamames, en un salón
privado, pequeño, en forma abovedada, y en el transcurso de la frugal cena, al
presentarnos todos, le sorprendió que yo le mencionara que era de Bailén. En
ese momento, muy eufórico y dicharachero, para como estaba resultando la noche,
me espetó que si yo era de Bailén debería saber algo que hasta ese momento
nadie, y repito lo que él dijo, NADIE, le había sabido responder en foros y
conversaciones privadas a las que había asistido. La pregunta era que si yo
sabía a donde trasladaron a los prisioneros franceses de la Batalla de Bailén tras su derrota. Yo,
como es lógico, y dado que sabía la respuesta, permanecí un tiempo prudencial
en silencio, estudiando los rostros de los presentes, gente versada, la mayoría
de más edad que yo, que esperaban mi respuesta, como si de ella dependiera el
honor de los miembros de la Cámara y, si me apuras, de toda una provincia.
Entonces, con cierta tranquilidad y parsimoniosamente le respondí que sí lo
sabía, que habían sido trasladados hasta la Isla de Cabrera, tras un periplo que
los llevó por casi toda Andalucía con final en Cádiz y desde allí embarcados la
mayoría hasta Cabrera.
Lo cierto y verdad es que cuando susurré el nombre de Cabrera, de un salto se incorporó de su asiento y vino a felicitarme diciéndome que era el primero que le había respondido tal pregunta. Luego estuvimos los dos hablando del episodio largo y tendido, casi ignorando al resto de los comensales, los cuales habían salvado su honor intelectual, o eso fue lo que me pareció a mí al menos por sus expresiones. El profesor Tamames habló largo y tendido sobre tal episodio, llegando a afirmar categóricamente que la Isla de Cabrera, al acoger a los prisioneros franceses derrotados en la Batalla de Bailén, se había convertido en el primer campo de concentración del que se tiene historia documentada. Recuerdo perfectamente sus palabras. Luego no coincidimos en el número de prisioneros que acabaron allí, pues mientras yo defendía que fueron 10.000, el profesor casi la doblaba hasta 18.000 o 20.000.
Como quiera que por aquellas fechas yo era teniente alcalde
de Bailén, nos pasamos las direcciones y teléfonos, pues tenía interés en
incorporar al profesor Ramón Tamames a las Jornadas sobre la Batalla de Bailén
que se venían celebrando todos los años en nuestra localidad, y que
desgraciadamente el equipo de gobierno del 2003 al 2011, eliminó del programa
cultural bailenense. Al final no pudo ser por las altas pretensiones económicas
del famoso economista, en comparación al presupuesto que manejábamos en el
Ayuntamiento de Bailén. Además, tengo que decir que Tamames me confesó que el
campo de concentración de la Isla de Cabrera le había llamado poderosamente la
atención desde el mismo momento en que conoció el hecho, y que tenía en mente
como reto, para algún día, escribir un libro sobre aquel suceso, aportando la
documentación oportuna. Al parecer aún no lo ha escrito, pues no me consta que
así sea. Yo sí me topé con un documental en la televisión sobre el suceso, que
arrancaba con la derrota francesa en la Batalla de Bailén, el periplo por toda
Andalucía, donde murieron cientos de franceses a manos de los mismos habitantes
de los pueblos que recorría la triste comitiva, la odisea en los pontones-cárceles que
se habilitaron en la bahía de Cádiz, la huida de algunos cautivos, la muerte de
muchos ellos y, al final, el embarque de los restantes hasta la Isla de Cabrera,
donde fueron olvidados casi por completo, y de la que apenas salieron con vida
3.600 prisioneros, abandonados de sus propios compatriotas que los veían como
una vergüenza y una humillación para el Imperio. Como es lógico solamente
recabaron, como era costumbre, los soldados de tropa y algunos cabos, el resto
de mandos fueron puestos en libertad - otros vigilados - con el compromiso de
volver a su país y no entrar de nuevo en guerra contra España, lo que
evidentemente no se llegaba a cumplir, pero el código de honor pactado por las
normas militares así lo establecía.
Manolo Ozáez
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