Buenos días oyentes. Me acosté anoche escandalizado, y me
levanto hoy abochornado por la respuesta que nuestro gobierno ha dado, o mejor
dicho, aún no ha dado, al último conflicto entre Marruecos y el Frente
Polisario, o tal vez sería más correcto decir entre marroquíes y saharauis. La
posición, o inmovilismo del gobierno es una cuestión que nadie entiende: es
normal que no la entiendan los simpatizantes del Partido Popular, también es
lógico que no la compartan los votantes de Izquierda Unida, como los de
Esquerra Republicana, CIU, PNV, BNG; los de la órbita de U.G.T y CC.OO., pero
más preocupante es que sus propios simpatizantes y votantes socialistas, la
critiquen abiertamente, sin tapujos ni ambages. Sé de lo que os hablo, pues en
el 2001 visité los campos de refugiados saharauis de Tinduf, durante una
semana, y eso marca de por vida. Observar como un niño conduce una bicicleta
por el desierto de la Hamada, sin gomas, y diez siguen su estela a pié. O cómo
juegan diez contra diez al fútbol con un balón improvisado de bolsas de
plástico apretadas, marca de por vida, a pesar de que son gente a la que la
sonrisa no les abandona: olvidados de todos, sin futuro, sin horizontes. Bueno,
sin horizontes no, pues en las frías noches del desierto, los horizontes son
infinitos, y el cielo probablemente uno de los más bellos que podamos encontrar
en cualquier paraje. Todos entendemos que la posición del gobierno español es
complicada, por cuanto nuestras relaciones comerciales y de buena vecindad se
podrían ver afectadas por el conflicto, pero no es menos cierto que en este
asunto, en el cual España tiene mucho que opinar, no podemos, ni debemos ser
timoratos: hemos de estar con la justicia y la razón, y esta le pertenece, sin
artificios y sin reparos, al pueblo saharaui sojuzgado y ocupado por Marruecos.
No anden más por las ramas.
Manolo Ozáez
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