A LA ALTURA DE LAS CIRCUNSTANCIAS. ¡O NO!
Tras las lectura de mi última colaboración en las mañanas de la COPE, de los viernes, Antonio Agudo y yo nos enzarzamos en un debate/discusión/opinión/pensamiento en voz alta/reflexión/queja, sobre el vergonzoso papel que nuestra clase política desempeña en esta España tan querida por los ciudadanos, y que en estos últimos días brota de nuestros corazones por obra y gracia de los éxitos de la Selección Española de Fútbol en la Copa del Mundo de Suráfrica, y que ya se vislumbraba abiertamente tras los triunfos de nuestros pilotos de motociclismo sobre el cajón oyendo el himno sin letra de España, ondeando nuestra bandera roja y amarillo al viento de Hungría, Inglaterra, Alemania, China, Australia, EE.UU., Francia, Dubai, y frente a cualquier sol del meridiano.
Luego emerge de entre sus cenizas nuestro – y digo bien,
nuestro - Rafa Nadal, venciendo en Roland Garrós, Wimblendon, en la Copa Davis,
a la que se suman el resto de la Armada Increíble, con Verdasco, Ferrer,
Ferrero, Almagro, y puntos suspensivos, pues muchos son los que durante todas
las fases clasificatorias visten el rojo atuendo que se ha puesto de moda por
todo el orbe.
¿Y aquí en España qué? Que por un lado vamos los ciudadanos,
alegres, confiados, extasiados, henchidos de orgullo patrio - ojo, no de aquel
orgullo patrio caduco que prescribió hace cuarenta años, sino del nuevo, del
que se base en los triunfos porque detrás existe un considerable esfuerzo que
atisba la victoria -. Y resulta que por otro lado van los políticos de la mano
- del PSOE, del PP, de IU, no te digo ya los nacionalistas, que no saben en que
rincón ubicarse -, enfrentándose de continuo, evitando estrecharse las manos
para no ser delatados. De vez en vez surge en las noticias un nuevo caso de
corrupción, y desaparecen decenas, cientos de millones de euros, que tanto bien
harían en este país para paliar el desempleo, la crisis o incluso la inversión
en obras públicas. Dinero manchado que ha sido sustraído sin esfuerzo y sin
sudor, con la mentira, no como el que ganan nuestros deportistas, por más que a
algunos les parezca o nos parezca excesivo, ¡sí!, podríamos discutirlo, pero
nadie duda que ganado en buena lid, honradamente, y notoriamente público, no
ilícito.
Ahora empiezo a sospechar el porqué de que los ciudadanos de
a pie tengan en tan mal concepto a la clase política, y la señalen con frases
del tipo “no se pierden ni uno aparecer en la foto junto a los vencedores”, “no
están a la altura de las circunstancias”, “son todos lo mismo”, “no son capaces
de pactar entre ellos para sacar a España de la situación”, “no piensan en el
país ni en los demás, sino en ellos mismos”, “se meten en política para ver lo
que se pueden llevar”.
Yo, que precisamente he sido uno de los que siempre he
defendido la honradez de la mayoría de la clase política, empiezo a sospechar
que pudiera estar equivocado. Me explico: no dudo que existen cientos, miles de
honrados políticos que a diario dedican incontables horas de su vida a la causa
pública. No lo dudo. Es más, lo afirmo. No dudo que, como es evidente, los
casos de corrupción, sin estar todos cogidos, son ínfimos, casi
insignificancias con respecto al dinero que se puede mover en esas instancias.
No lo duden ustedes. La cuestión que intento explicar es el desprestigio que la
clase política tiene entre los ciudadanos, por acciones u omisiones que todos
estamos pendientes de observar, cuales son: un gran pacto contra la crisis, un
gran pacto por la reforma laboral, un gran pacto por la educación, un gran
pacto por la reforma de las instituciones públicas y por el modelo (y pongo por
ejemplo un sistema de listas abiertas que los electores demandamos, un tope de
dos legislaturas para cualquier cargo político en cualquier institución
pública, viéndose obligado a emigrar a otras funciones, incluso de la cosa
pública, pero alejadas de la anterior). Y digo, no sentir más vergüenza por las
decisiones “políticas” de los jueces. Apartar a los políticos de las
judicaturas, retirar a los políticos de los consejos de administración de las
cajas financieras, etc. etc.
Y no lo digo yo, está en la calle. Si ponemos el oído se escucha
con claridad meridiana.
Verdadera ilusión cuando Pau Gasol - que es catalán, sí, por lo tanto español -, consigue su segundo anillo de la NBA con los Ángeles Lakers, cuando La Roja de baloncesto se alza con el campeonato del mundo o con la Eurocopa, o cuando lo hace un club “español” en fútbol, baloncesto, balonmano o fútbol-sala, a pesar de que esté plagado de extranjeros que ven a España como un sueño en sus aspiraciones deportivas y económicas, lo cual también ha de ser, entiendo, motivo de orgullo. Luego está nuestra gente, tan admirada fuera de nuestras fronteras, nuestro sol, nuestros fabulosos pueblos y ciudades, nuestros únicos parques naturales, la reconocida gastronomía española, número 1 entre los entendidos. Nuestros escritores, artistas, actores y actrices, ensalzados en el mundo y muchas veces vilipendiados en su propio país por el hecho de ser de los nuestros y por tener sus propias ideas.
Con toda mi alma espero que la corriente que se está
produciendo en todos los rincones del país, perdiendo el miedo a lo oscuro, y
olvidando la sensación de ciudadanos de segunda que ya no merecemos por
nuestros éxitos individuales y colectivos, siga su cauce natural y converja en
el mar de la osadía. Que los pequeños hombres y mujeres de la política nacional
y municipal comprendan de una vez el alcance de un imparable movimiento
reivindicativo de culturas, formas y métodos y limpien sus establos de
indeseables, propiciando el entendimiento entre las personas, el intercambio de
ideas, y la propuesta de soluciones razonables, que los españoles estaremos
dispuestos a apoyarlas sin complejos y por encima de nuestros intereses
particulares.
Ese es mi deseo, y probablemente, me atrevo a porfiar, el de
millones de españoles, descontados los aludidos de los párrafos anteriores.
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