sábado, 5 de enero de 2013

Sorpresas que da la vida (artículo de Manolo Ozáez)


 
Zapeaba después del partido de fútbol entre Italia y Paraguay (1-1) del Mundial de Suráfrica, pasando por la peli de la Sexta, de 007, cuando me encuentro en Canal Sur un reportaje de tres hermanas brasileñas, mayores, cuyos padres tuvieron que emigrar a Brasil por cuestiones económicas, desde la localidad de Huéscar (Granada). El reportero las entrevista en el mismo parque por el que en el pasado agosto discurríamos recreando "La firma de la paz entre Huéscar y Dinamarca", invitados por nuestro buen amigo Manuel García Domínguez, teniente alcalde y concejal de turismo de Huéscar. Los lugares por los que paseaban los personajes del reportaje nos resultaban conocidos, por haberlos recorridos en un viaje al pasado, en concreto al 1810. Sigo zapeando y, ¡sorpresa!, me encuentro en un reportaje de La Primera Cadena, sobre las 12 de la noche, a Rosario Pardo, la conocida actriz, que para quien no lo sepa es de Jaén, recorriendo igualmente los callejones y parajes por los que discurrió mi juventud allá por finales de los 70 y principios de los 80.

Más que sorpresa, nerviosismo, cuando comenta que la primera obra de teatro en la que participó era "La Cantata de Santa María de Iquique", con letra de Pablo Neruda y música de Quilapayun -esto último lo añado yo, pues en aquella obra de teatro de, aproximadamente el año 1976, desempeñé un papel como actor-. Rosario Pardo, por cierto no fue actriz en aquella obra teatral, sino que era cantante con varios amigos que luego formaron el grupo de música andina Tiahuanaco.

Sigue Rosario Pardo paseando por el Jaén antiguo y se adentra en los baños árabes. Se encuentra con una vieja amiga, Ana, de la que por cierto levemente también me acuerdo, sin precisar más datos de ella. Se encamina hacia los callejones de los Borrachos, que nosotros en aquellos años llamábamos "Las Tascas", y se mete en la "Tasca La Manchega", totalmente remodelada, en la que se toma unos vinos con tapa de jamón con varios amigos de la infancia, de los cuales recuerdo sobre todo a uno, gente del teatro. Se despide de ellos y más arriba se acerca a un cuadro de azulejos, sito en la mismas callejuelas, que representa al pintor jiennense Carmelo Palomina Kaiser, al que llama "mi gran amigo". ¡Joder!, ¿y de quien no? Lo digo en tono cariñoso, no crítico, pues menudo juergas estaba hecho el colega Palomino. Si las piedras hablaran... El día que se pueda hablar sobrepasando la corrección política y social, con la perspectiva del tiempo superada, tal vez os cuente algo del personaje.

Entra en la tasca "Alcocer", donde dice que ha quedado con varios amigos del teatro, de su juventud, y ¡HOSTIAS!, con mayúsculas, saluda a mi viejo conocido Juan del Arco, y a Lola. Pero la cosa va a más, se le acerca otro viejo amigo, al que no veía desde hacía treinta años -yo solamente hacía 15 o 18 años que no lo veía, aunque fuera por la televisión-, y se queda la Rosario Pardo petrificada -como me quedé yo viéndolo por la caja tonta-: Daniel Campos López, el amigo de la transición de los años 76/77. Detrás surge la figura de Jesús "el choto", otro viejo amigo de Rosario -y también mío-, y no puedo evitar tanta emoción contenida. Joder, parecía como si se estuviera narrando la historia, no de Rosario Pardo, sino la mía misma. Una gozada amigos.

Es fácil que lo que he contado no lo entendáis en su justa medida, pero dejadme al menos que lo disfrute recordándolo.


Manolo Ozáez

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