lunes, 28 de agosto de 2017

Galería de algunas fotografías de la 7º Recreación de La Peza, organizada por la Asociación H. Cultural General Reding

Fotos subidas por móvil:


Llegamos algunos, como avanzadilla, a la ciudad granadina de La Peza


Pose de miembros de la Asociación General Reding, junto al famoso cañón de La Peza

Tras el rodaje de un documental encargado por el Ayuntamiento de La Peza



La práctica totalidad de los participantes en la Recreación de La Peza. Falta uno que siempre llega tarde a las fotos

Por la noche, en la plaza del Ayuntamiento, verbena popular amenizada por una orquesta de música



Actuación a la guitarra de un lapeceño



Escena de fusilamiento en La Peza

   Asociación CAECILIA

viernes, 25 de agosto de 2017

Artículo de Manuel Ozáez para el número 121 de la revista BAILÉN INFORMATIVO

Número 121 de BAILÉN INFORMATIVO


Diario del capitán Gutiérrez


V-VIII-MDCCCXV


El reventón de La Peza”


Texto completo enviado a la redacción del diario BAYLEN INFORMATIVO para su publicación en el año de nuestro Señor de MDCCCXVI:

- Mira que le avisamos, que no jugara con pólvora -asintió el teniente de artilería Gutiérrez.

- Pero es que Ramón es un insensato -le respondió el subteniente Padilla-, y por eso le acaecen tal cantidad de anécdotas y sucesos en su devenir por la vida.

- Quizá hasta tengamos que felicitarnos por que no hubiera desgracias mayores en la ciudad de la Peza, en el verano del 1.814, cuando le reventó el mosquete en plena algarada festiva, y acaso alguna copa de vino de más.

- Cuéntenos la historia de nuevo, mi teniente -corearon al unísono el resto de los sirvientes de la pieza de artillería que mandaba el oficial.

El teniente Gutiérrez al principio dudó, pero sabía que debía mantener alerta a sus tropas, y el fuego del campamento que habían improvisado le producía por momentos sonnoliencia al batallón. Bien chascarrillos divertidos, bien canciones alegres, bien anécdotas de la milicia, la situación requería entretener a sus artilleros y, si además, era de una forma amena e inocente mejor. Eso sí, con permiso del ausente Ramón Montañés, artillero de primera y protagonista, en primera persona, del ocurrente suceso.

Comenzó a narrar las peripecias del compañero:

-“Como sabéis, estábamos en la villa granadina de La Peza, en las estribaciones de Sierra Nevada. Era agosto de 1.814, cuatro años antes habían ocurrido los sangrientos sucesos en los que la población, con su alcalde, Manuel Atienza, el Carbonero, al frente, se habían enfrentado a las bien entrenadas tropas del exército francés. Como quiera que la guerra había llegado a su fin en todo el territorio patrio, cada reducto festejaba sus hechos de armas, bien recordando a sus muertos y heridos, bien sus victorias. En este caso, rememoraban el episodio que todos conocéis, del cañón de madera que reventó en la refriega contra el invasor, y que produjo igual número de víctimas entre lapeceños que entre los galos.

Cuatro años después, en La Peza, con Celia, la actual alcaldesa Carbonera, se celebraban veladas y agasajos para recordar el heróico suceso que allí aconteciere. El vino y las viandas corrían de mesa en mesa, en la plaza del ayuntamiento. De todos los portales surgían jarras de vino, carnes, chorizos, quesos y otros sustentos. Entre comentarios y risas, un joven y virtuoso pianista, que animaba la velada, intimó con Ramón, el artillero, maldiciendo que por su edad, no hubiera podido blandir un arma y acerrojarla contra el invasor francés en aquella aciaga jornada. Ramón, displicente como en él es habitual, se prestó a enseñarle el manejo de la pistola, solicitándome permiso para ello, a lo cual accedí sin imaginar las posteriores consecuencias de sus actos.

Marchó con dos mujeres de la villa y con el joven pianista hacia el carruaje donde almacenábamos la munición y el armamento, para usar una de las pistolas que los oficiales tenemos asignadas para nuestra protección. No obstante, viendo, junto a esta, apoyado un mosquete de fabricación inglesa que nuestros colegas de las islas nos habían proporcionado tiempo ha, optó por el de mayor calibre para enseñar la carga y disparo al entusiasmado infante.

Hasta aquí todo normal, propio de la milicia en su contacto con la población civil. Lo que comenzó a torcer la levedad de esta historia es que, como quiera que Ramón, de mote gorrión, no encontraba ningún cartucho de pólvora a medida de mosquete o pistola, agarró un balote de pólvora de la medida del cañón de XII libras, que supone unos quinientos gramos, y calculando a ojo de buen cubero, se dispuso a cargar el tubo del mosquete, con tan mal tino que prácticamente completó la carga de este”.

Algunos de los artilleros que allí escuchaban no pudieron evitar soltar unas risas, pues, de alguna forma, preveían el posible resultado de esta historia, agudizando más aún su atención si cabe.

-“Convirtió un simple mosquete en casi una pieza de artillería más pesada, y de resultado imprevisto, lo que en ningún momento calculó adecuadamente. Tal vez la poca luz en las estrechas calles, tal vez el exceso de vino consumido, la euforia de los festejos, o acaso envalentonarse ante la presencia de compañía femenina, pero lo cierto y verdad es que, el insensato, había fabricado una bomba sin saberlo, lo que aún la hacía más peligrosa. Dicho esto entregó el arma al joven artista para su bautismo de fuego, que más que bautismo podría haber sido un chapuzón de pólvora y metralla. La divina casualidad, providencia o lo que fuera, quiso que una de las damas que con ellos se encontraban, sugiriera que el primer disparo lo ejecutara el artillero, como más experimentado, consintiendo este, lo que salvó, probablemente la vida del doncel.

Agarró el mosquete y tras alimentar de pólvora la cazoleta, apuntó hacia el final de la calzada, forzó la llave de chispa y erró el disparo. ¡Maldición!, profería el artillero. Y así una, dos, tres, cuatro, cinco y hasta seis veces erró el mosquetero. A estas que, aún avergonzado por el desatino, ya había casi desistido de efectuar el disparo cuando la piedra de pedernal lanzó su chispa y, pillándole desprevenido, con las manos bajas, el cuerpo distendido y asido el mosquete sin fuerza, pegó tal reventón este que lanzó al artillero hacia atrás en vuelta de campana, dejándolo arrastrado por el suelo, la cara ennegrecida de la pólvora quemada, el brazo izquierdo quemado, los dedos de la mano derecha ensangrentados, y un moretón, ¡qué digo moretón!, ¡más que arzobispo, cardenal!, verdugón, que le ocupaba toda la parte interna de la nalga, donde golpeara el mosquete en su bestial retroceso.

El infante quedó perplejo, sin pronunciar palabra alguna. Gracias a que las damas reaccionaron a tiempo y, mojando la esperpéntica cara del asombrado sujeto, pudieron reconducir la situación. No obstante, hubo otro amago de desfallecimiento del compañero Ramón, que parecía más muerto que vivo; entre blanco y amarillo.

A esto, el joven, nervioso, vino a avisarme del suceso y corrí hacia ellos, sin apenas haberme enterado de la parte o del todo. Allí me encontré la escena, como un cuadro del Greco, Dos mujeres humedeciendo al herido, y este, sentado, con las piernas abiertas, los ojos desorbitados, demacrado, ya digo, entre blanco y amarillo, intentando recuperarse del susto, aún aturdido.”.

Hubo de tomarse un respiro, pues los soldados allí reunidos, en torno al fuego del campamento, se revolcaban a carcajadas limpias, reían, lloraban, porfiaban. Unos se agarraban el estómago de dolor por la risa. Otros se desternillaban revolcándose por la hierba. Al rato, el subteniente Padilla pidió saber cómo concluyó la jornada.

-“Pues al rato de aquella escena, en la cantina de La Peza, entre bromas y risas, nos mirábamos las dos damas, el protagonista y yo mismo, pues el joven pianista huyó, poniendo pies en polvorosa, perdón por el simil, mejor diríamos pies en su hogar, y olvidarse para siempre de las milicias, pues del primer contacto que con ellas tuvo, no salió muy bien parado que digamos. Allí, junto al fuego de la cantina, nos contamos estas y otras historias que acaecen al buen amigo Ramón en su devenir diario, y que en ocasiones son motivo de chanza, aunque tengo que decir que en aquesta ocasión temimos por su integridad, o por decirlo más claro, por su vida”.

Todos aplaudieron la historia, pues conocían a Ramón Montañés, el protagonista, y sabían de sus muchas peripecias, de sus lances, de sus desventuras, la mayor de las veces gozosas, aunque en ocasiones no desprovistas de su dosis de dramatismo.





El teniente de artillería O. Gutiérrez

VOLUNTARIADO PARA LA RECREACIÓN DE LA BATALLA DE BAILÉN 2017

·        El Ayuntamiento de Bailén busca voluntarios para colaborar en la organización de la Recreación de la Batalla de Bailén 2017.


Bailén volverá a celebrar durante los días 6, 7 y 8 de octubre, uno de los eventos más destacados de su calendario de actividades anuales, la Recreación de la Batalla de Bailén. Una actividad de gran envergadura en materia organizativa, por lo que se pone en marcha un programa de voluntariado para todos aquellos que deseen colaborar en las diferentes tareas que conllevan su programación.

Tareas que irán desde la coordinación y atención a los diversos grupos de recreadores participantes, pasando por el protocolo o todas aquellas labores relacionadas con la organización de cada uno de los actos. Se buscan por tanto, personas con capacidades y competencias diversas para desarrollar las diferentes funciones que engloba un evento de estas características.

Todos los interesados, podrán cumplimentar hasta el 19 de septiembre un formulario de inscripción que encontrarán en el siguiente enlace:

Si lo prefieren, también podrán dirigirse al Museo de la Batalla de Bailén en su horario habitual, de miércoles a domingo, de 11:00 a 14:00 horas y de 18:30 a 22:00 horas.

Desde la Concejalía de Turismo del Ayuntamiento de Bailén se anima a participar en este evento como voluntario, donde además de disfrutarlo desde un punto de vista organizativo, es una oportunidad para adquirir y poner en práctica los conocimientos y formación que posea cada uno de los participantes, siendo estos finalmente reflejados en un certificado que se expedirá por la colaboración.

Bailén, 25 de agosto de 2017


lunes, 21 de agosto de 2017

Artículo de Manuel Ozáez para el número 121 de BAILÉN INFORMATIVO

Diario del capitán Gutiérrez

I-XI-MDCCCXV


La Huida del parnaso”


- Mi capitán, cuéntenos otra anéctoda del artillero Ramón Montañés, aunque sea para soportar la helada de esta noche -solicitó el sargento de primera Faustino a su superior, pues sabía que a la tropa, en situación de guardia, hay que mantenerla no solo despierta, también ojo avizor.

El oficial Gutiérrez, recientemente ascendido al grado de capitán, aún agotado por la larga jornada de caminata, que les llevó desde Santa Elena hasta Baylen, atravesando pueblos y ventas como La Carolina, Carboneros o Guarromán, no necesitaba que le insistieran en demasía para tener contenta a la tropa, amén de que era un conversador consumado. De su época pasada conservaba su costumbre de relacionarse con la tropa, con quien realmente se encontraba a gusto.

- Son muchas las historias que acontecieran al cabo de primera Ramón, pero es que pienso que esa es su condición, como todos tenemos la nuestra, con sus virtudes y sus defectos. Pero sin temor a equivocarme, lo que da carácter y personalidad a Montañés, es su retahila de situaciones cómicas, inclusive algunas grotescas, que dan para escribir un libro, según palabras del teniente Padilla -otro artillero recién ascendido en la escala hacía escasos meses, por méritos de guerra-. Una que en particular me hace reir cada vez que la escucho o que la cuento, aunque en honor a la verdad no tenga especialmente por protagonista a Ramón, si bien participó en ella, aconteciere en La Mancha, cuando, tras una larga jornada, cinco sirvientes de la misma pieza, de vuelta de una misión en la capital del Estado, decidieron descansar en una venta del camino, y reponer fuerzas tras dura jornada. Desconocedores de la zona y de sus lugares, dieron en entrar en un lupanar, sin previo aviso a lo que, el guardían que allí se hallaba, al pensar que la autoridad venía a cerrarles el garito, salió huyendo, despavorido, como alma que lleva el diablo.

Toma aire el oficial, pues su intención es ir metiendo a sus oyentes en la escena, presentarle los condimentos y que estos imaginen el cuadro sugerido.

- No repararon nuestros amigos en ello, quizá de lo cansados que anduvieran. Entraron en la venta, o como quieran ustedes llamarlo, y encontráronse concurrida fiesta entre penumbras. Al contemplar a tales uniformados la casi totalidad de las meretrices cambiaron de lugar, evitando la cercanía con la soldadesca, a la que entendían en faena o de servicio. Al tanto, los artilleros comprendieron el lugar en que se hallaban, si bien cada vez que daban un paso, las allí reunidas les rehuían, marcando distancia con ellos. Al cabo de un tiempo, Ramón preguntole a una de ellas el hecho de que los evitaran, a lo que aquella contestó que creían que venían exprofeso a cerrarles el garito. Este le explicó la situación, deshizo el entuerto, y, a partir de ese momento, pudieron pedirse buenas jarras de vino y alternar con las damas que, aunque no de alta alcurnia, si eran de bella estampa y mejor fortuna. Lo demás no se cuenta, pues pertenece al universo de lo privado y, cada cual, que cuente, verdad o mentira, lo que le plazca.

- Pero mi capitán -preguntó uno de los soldados allí reunidos en torno al chispeante fuego-, en esta historia no alcanzo a ver el protagonismo de Ramón, como usted anticipaba.

- Cierto -contestó el oficial-. Cierto. Pero es que Ramón tiene cierta atracción en estas lides. Siempre está en todos los saraos. Con él siempre puedes esperar que te ocurran situaciones cómicas, raras, ya dije, grotescas o increibles. No sé si pensar que atesora una suerte de atracción hacia este tipo de aconteceres. Y no solo le ocurren a él, sino también a los que con él transitan.

Tras la narración, sirvieron otra taza más de café achicoria y entonaron viejas canciones que muchos conocían para que la noche no les fuera tapando con su manto de silencio y oscuridad. Aquellos que no andaban de guardia ya habían plegado las velas de sus párpados, pues mañana les esperaba otra dura jornada, en vigilancia de aquellas sendas que los bandoleros habían hecho suyas.

El capitán O. Gutiérrez


sábado, 19 de agosto de 2017

Artículo de Manolo Ozáez para el número 121 de BAILÉN INFORMATIVO

Diario del capitán Gutiérrez

XII-IX-MDCCCXV

¡Choca esa mano!


- En cierta ocasión, invitamos al cabo Ramón a una cena en la posada de Sebastián Arance. Acudieron a la cita Ramón y su señora, Pedro, un amigo mío, junto a su mujer, mi esposa y yo mismo. Mi amigo Pedro, un gran poeta y vecino de la lindera ciudad de Andújar, sufría una dolencia en la mano derecha, de nacimiento, que le impedía el uso de dicha extremidad. Allí permanecimos más de tres horas, entre bromas, chascarrillos, anécdotas y comentarios sobre la situación de nuestro país, y otras cuestiones transcendentes -continuó su narración el capitán Gutiérrez.

- Bebimos abundante vino, comimos en cantidad excelentes viandas preparadas por el mesonero, y fumamos en pipa hasta altas horas. Aunque el cabo Ramón no conocía de antemano a mi amigo Pedro, la velada les permitió afianzar una amistad que el tiempo demostró sincera. Hasta ahí todo normal. Risas y más risas. Confesiones y promesas de volver a reunirnos pronto en la ciudad de Andújar para continuar la festiva jornada. Como digo, hasta ahí todo de lo más normal. La anécdota ocurrió cuando nos despedíamos, momento en que, al despedirnos en el umbral de la puerta, el cabo Ramón extendió su mano derecha, para despedir al amigo Pedro, quien le cedió su mano izquierda para ser estrechada. A esto, Ramón, que tras más de tres horas no se había percatado de la deficiencia de Pedro, le cogió la mano derecha para estrechársela, afirmando: “a mi no me des la mano izquierda. Déjate de monsergas y damee tu mano derecha”. Sorprendido, Pedro le respondió que no se la había dado porque la tenía impedida -una pausa en el comentario, pues la concurrencia quedaron igual de sorprendidos ante lo que el capitán Gutiérrez les estaba narrando-.

- En ese momento, todos caímos en el detalle de la acción, quedando un tanto... como diría... no sé si la palabra exacta es avergonzados, estupefactos, sorprendidos, boquiabiertos... no sé cómo denominarlo. Si en aquel momento era mejor reirnos de nosotros mismos o echarnos a llorar. Lo cierto es que Ramón Montañés, en ese mismo instante, aunque evidentemente tarde, se dio cuenta de lo ocurrido y pidiendo perdón se excusó argumentando su ignorancia. Pedro, persona abierta y de gran cultura, tomó el asunto a chanza y la anécdota quedó solo en eso, en una anécdota más de las que le acontecían a Ramón.

- De vuelta a la posada, no pudimos evitar comentar lo ocurrido, y convenir en que Ramón es un ser peculiar que atrae, como fuerza del universo, las situaciones más inverosímiles y divertidas, para acabar riéndonos de nosotros mismos.



El capitán O. Gutiérrez

miércoles, 16 de agosto de 2017

Artículo de Manolo Ozáez para BAILÉN INFORMATIVO

Número 121 de BAILÉN INFORMATIVO

Diario del capitán Gutiérrez

XIV-VI-MDCCCXV

¡Abajo los franceses!


Al calor del fuego del campamento, en las estribaciones de Sierra Morena, mientras vigilábamos los caminos por los que transitaban las diligencias de viajeros, y las caravanas de carretas que transportaban los productos de un lugar a otro en esta España de bandoleros, los compañeros de escuadra me sugirieron que narrara otra de las aventuras, como ellos las denominaban, del cabo Ramón Montañés, que en esos momentos se hallaba de permiso en Baylen, su ciudad natal.

He de confesar que al cabo Ramón Montañés no le importaba que narráramos esas sus divertidas aventuras, pues en ningún caso era mi intención, o intención del resto de sus compañeros, reirnos de sus ocurrencias. Él era consciente de que aquellas anécdotas resultaban divertidas y curiosas para el resto de los mortales, y que, en momentos como estos, en los que la soledad de una patrulla nos atrapaba, incluso resultaban convenientes para elevar la moral de la tropa, de ahí que era tácito su consentimiento.

- Corría el mes de abril de MDXXXVIII. Todavía no se habían desencadenado los terribles acontecimientos que asolaron nuestra península, a raiz de que los franceses, entonces nuestros aliados, intentaran ocuparla por la fuerza. En la villa pacense de La Albuera, compartía nuestro batallón de la Artillería Real de Sevilla, maniobras y destino con varias unidades de la caballería e infantería del exercito del emperador Napoleón. Entre la soldadesca española, corría el rumor de que la paz y tranquilidad de que disfrutábamos era ficticia, que esa situación en cualquier momento podría romperse, pues en toda Europa era conocida la ambición de “petit empereur” Bonaparte, de hacerse con el control de los Estados enemigos, pero también de las naciones aliadas, y en España, en aquellos tiempos eran públicas y notorias las desavenencias entre los miembros de la familia real. El rey Carlos IV era un pelele en manos de la reina Maria Luisa de Parma y del que se decía su amante, el valido Manuel Godoy. Y estos a su vez estaban enfrentados al príncipe Fernando VII, quien seguía los insanos consejos de los arribistas.

Nada más lejos de la realidad que daros una lección de historia de España, pero creo que es fundamental establecer el marco temporal de los hechos y de la situación que vivíamos antes del fatídico Dos de Mayo, pues de lo contrario, las generaciones futuras no accederían a entender la grandeza de esta nación, y los sacrificios que sufrimos desde el año MDCCCVIII de nuestro Señor al MDCCCXIV, y deuda en vidas humanas que tuvimos que pagar.

- En la villa de La Albuera, próxima a la frontera con Portugal, llevábamos al menos veinte días en comunión militar con los franceses, pues como aliados contra la pérfida Inglaterra, vigilábamos la delgada línea divisoria entre España y Portugal, país este aliado natural de Inglaterra, por lo que nos sentíamos amenazados en nuestro propio territorio. Todas las mañanas compartíamos simulaciones de enfrentamientos y batallas entre uno y otro bando, preparándonos para una posible invasión de los casacas rojas. Cierto día, a la pieza de artillería a mi mando, nos encomendaron formar como parte del exercito francés, a quien le faltaban piezas de artillería. Como quiera que me sobraba personal, decidí encomendar la importante misión de custodiar la bandera del Regimiento francés, al cabo Ramón Montañés, y así procurarle cierta libertad de movimientos entre las tropas.

- En el fragor de la simulación de la posible batalla, encendiose el cabo Ramón e, izándose sobre el tubo de la pieza de artilería, comenzó a ondear “nuestra bandera”, en este caso la francesa tricolor, al desgarrado grito de ¡abajo los franceses, fuera los gabachos! Ante la situación actué rápido y contundente, dirigiéndome hacia el cabo Ramón y susurrándole al oido: “Pero Montañés, ¿no te das cuenta que formamos parte del bando francés? En ese instante cayó en la cuenta de su error y, acto seguido, ondeando de nuevo la bandera francesa comenzó a gritar “¡abajo los ingleses, fuera los británicos!, con lo que quedó deshecho el entuerto, o al menos eso quisimos todos pensar, pues las miradas desconfiadas de los franceses aún permanecen en la retina de nuestros ojos.

Tras la narración de esta nueva anécdota, los camaradas de armas estallaron en gritos de júbilo. Unos, por la ocurrencia y gracia de la situación, que la mayoría desconocían. Otros, por un desmesurado afán de patriotismo, pues no olvidábamos que permanecía reciente en nuestra memoria los largos de años de guerra y penuria que habíamos vivido en España, y que sabíamos tardaríamos en olvidar, y ello a pesar de la derrota de Napoleón en Waterloo, que había devuelto el poder a los antiguos regímenes europeos, algo que otros, los llamados afrancesados, aún lamentaban a escondidas y en silencio.


El capitán O. Gutiérrez

martes, 15 de agosto de 2017

Encuentro de la Orden de Caballeros de Santa Elena con la Orden de la Jarra y el Grifo, en Medina del Campo (Valladolid)

Miembros de la Orden de Caballeros de Santa Elena se desplazaron este puente a la localidad vallisoletana de Medina del Campo para recibir de la Orden de la Jarra y del Griffo, una Divisa Collar para la Casa de las Órdenes de nuestra provincia


























Asociación CAECILIA







Viaje a Londres 2017













lunes, 14 de agosto de 2017

El grupo de rock sevillano "No me pises que llevo chanclas", en Carboneros

No deja de sorprendernos que en cualquier pueblo, por muy pequeño que sea, de nuestro entorno, en sus fiestas, aporten por la cultura y el ocio más que nuestro Ayuntamiento. La prueba: "No me pises que llevo chanclas" en Carboneros.














Asociación CAECILIA