jueves, 10 de enero de 2013

PAÍS DE LOCOS por Manolo Ozáez





Ando preocupado últimamente. Un asunto me da vueltas en la cabeza y aunque procuré mirar para otra parte, no pude evitar expulsar la rabia que sentía en mi interior, y una mirada de reojo. Al final, como siempre -es posible que en un futuro me arrepienta por ello- me lancé sin paracaídas al vacío de las ondas y del papel manchado con tinta para defender lo que, desde mi posición -por otra parte cómoda, he de reconocerlo- me parecía un abuso y, si me apuran, una vergüenza. Pongamos que hablo del juez Baltasar Garzón.

Estoy de acuerdo en que ha pecado en ocasiones de exhibicionismo televisivo y mediático, que ha imantado a la opinión pública con su verborrea y con su imagen pulcra de juez progre y defensor de los derechos fundamentales de la humanidad con mayúsculas. También es cierto que sus pinitos políticos no le han sentado bien en su hasta entonces intachable currículum profesional. Todo ello es cierto, y a pesar de todo esto, o quizás por eso mismo, es un personaje que me cae bien. No solo eso, yo me atrevo a decir que lo admiro. Y no es para menos. Alguien que tuvo la osadía, contra viento y marea, y a pesar de los consejos de prudencia y corrección política, de cursar una orden internacional de captura contra Augusto Pinochet, uno de los mayores asesinos en masas de la historia –ojo que no lo digo yo, sino que así se ha reconocido por la historia-, y luego juzgado como chorizo, algo que todos sabíamos, y al que persiguió con ahínco, que incluso en ocasiones excedía el ámbito, según opiniones, del pronunciamiento jurídico, no merece a mi humilde entender, el escarnio público que se quiere hacer de su figura.

Es posible que no pudiera, o no debiera haber cobrado los honorarios por sus conferencias en Estados Unidos, que innegablemente las hizo. Es posible, yendo un paso más allá, que debiera haber obtenido el correspondiente permiso para ello de sus superiores -nunca sabremos si con premeditación o por olvido-, pero lo que está en juego, la imagen y la inmaculada carrera profesional de un juez paisano nuestro, es, entiendo, excesivo para el hecho en sí que se le imputa. Más parece una broma que otra cosa.

Probablemente se equivocara, aunque he de reconocer que yo no estoy de acuerdo con esa versión sesgada y partidista, por tratar de enjuiciar los crímenes del franquismo, a pesar de las advertencias de instancias superiores que así lo desaconsejaban, pero es que a mi juicio, los crímenes contra la humanidad, han de ser perseguidos allá donde ocurran y sin límites de temporalidad, pues precisamente esa cuestión condiciona el que los dictadores, los criminales o los asesinos, no estén nunca tranquilos y no se rían, por prescripción, de la justicia. Y cuando digo criminales, ojo, incluyo a todos y a cada uno de ellos, sean del bando y opción política que sean, pues nunca comulgué con aquella premisa de que “en una guerra se cometen atrocidades por uno y otro bando, pero como se trata de una guerra…”. Hasta en una guerra se deben de aceptar unas normas de conducta que impidan que surja del interior del hombre la bestia que todos llevamos dentro.

Otra cuestión distinta sería hablar del oportunismo político, de que mejor sería que fuera la historia quien juzgara a los dictadores colocándolos en el lugar que merecen, con lo que también reconozco que estoy de acuerdo, pero con lo que nunca estaré conforme -país de locos- es que se le dé más cancha política y observancia, a un grupo de extrema derecha -o de extrema izquierda, qué más da- que a un magistrado, máximo cuando, al margen de su imagen mediática, ha encerrado entre rejas a más criminales de E.T.A. que ningún juez, que ha condenado a más infinidad de políticos, de derechas y de izquierdas, que ningún otro juzgador. De ahí que no entienda que tengamos que juzgar sus actuaciones con ese visor lupa manchado de barro, a sabiendas de que todas ellas son y han sido acordes a derecho, por el simple y banal hecho de no compartir sus idearios políticos; pues en buena lid, los jueces perderían totalmente la independencia que todos propugnamos en público, pero que luego, en baja voz, desmentimos, convirtiéndonos todos, y yo también me meto en ese cajón, en una suerte de individuos barriobajeros, que unidos formamos un país de locos y de revanchistas.

Y además, para más inri, es de los nuestros, de aquestas tierras de olivares, curtido entre terrones y de quien sabemos corre por sus venas una sangre color verde oro, como nos chorrea a nosotros cada vez que alguien próximo y cercano nos hiere en lo profundo.


Publicado en BAILÉN AL DÍA en febrero de 2010

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