jueves, 20 de diciembre de 2012

Poemas del autor




de Manuel Ozáez


Las casas se suben a las azoteas
a esperar a los barcos
del ciego horizonte;
los barcos se suben al mástil
a ver parir a la ballena
sus huevos foraneos
y
tratar de descubrir
si unos ojos de poeta
miran al mar
buscando la calma.

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Elejía a mi padre


Quizás nunca te escribiera un poema,
te dedicara numerosas frases
o narrara en prosa tus memorias.

Quizás no alternáramos, noctámbulos
de orgías, fiestas y bacanales,
o fuéramos al fútbol con hermosos habanos
-cierto es que pasabas olímpico del fútbol-.

Quizás nunca, quizás jamás.
Quizás, quizás, quizás.

Bien sabías que iluminabas mis,
nuestros pensamientos; como guía y maestro,
astro de fuego donde hundir
la plica y sentar cátedra de sencillez
callada, silenciosa pero tersa.

Cierto que mis ojos lloraron
como caudalosos ríos desbordados
desde mis ojos hasta mis manos,
tan increible como el día que te marchaste.
Pero bien es cierto que aún en la noche
de luna llena y plenilunio,
silenciado el mar, ahogado el grito
sordo y monótono de la chicharra
se ilumina tu faro, gira, gira,
y mirando hacia la roca donde
anclaste tu cuerpo a la deriva,
nos divisas,
¡sé que nos estás viendo!,
y esbozas una sonrisa aunque quizás
hubieras preferido un poema,
una frase, haber escrito tus memorias,
pero quizás aún podría ... quizás tal vez.

Quizás, quizás, quizás.


dedicado a mi padre, Nicolás Ozáez de la Torre
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Y las botellas,
que en un tiempo
fueron
portadoras de mensajes
de náufragos,
hoy están en los cubos de basura-las vacías-.

Yo las visito
por las noches
cuando todo el mundo muerde
y  duerme.
Me hablan de las flores
y los jamargos
de las ratas
y los lagartos,
de las cucarachas
y  las curianas
desencantadas.

Y las botellas
desusadas,
que en un tiempo
fueron
portadoras de mensajes
de náufragos,
cuando nos despedimos
me besan las mejillas
como lo haría mi abuela
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Todavía vivo
y respiro
y hago mío hasta el último disparo
ce Managua
y la última derrota saharaui.

Todavía vivo
tras un telón de sedas rosas y de acero,
¡que se me escapa el globo!.
Y vivo dándole el culo
a dos camellos, a una nube, al globo.

La madre que dá teta a su hijo
y la cigüeña en paro de la veleta
del rascacielos.
Un gigante más grande
que un filtro de tabaco
nos abre las puertas del cielo
-a Dios le damos un golpe de Estado-.

Conan, espada en ristre
y ojo avizor -como dirían los comics-
parte hacia la ciudad sagrada
de la que nace el agua y la luz del firmamento.
Todavía vivo
de pié
y de cuclillas
y me planto ante una flor y la beso porque quiero.
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¿Os acordáis de aquel dios
sin boina?

Se le han olvidado las pantuflas
y no sé como decirle
que la Tierra estallará
antes de las doce
del reloj de la catedral.
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Y me encierro entre tus ojos
de cálida mirada
para encontrar la fresca melodía.
Y me estrecho contra tu cuerpo
de delicados secretos
a ver nacer el día.
Y me escondo entre tus pechos,
miedoso, risueño, tembloroso.
Y me revuelvo libre, con esperanza,
y los libros y los cuentos
los esprimo para encontrar un último deseo.
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Está anidando un niño a su alba
y un viejo envuelve en su ala
al atardecer:
Duraba la vida un minuto
de lo que pretendiamos
y un segundo no era
ni debió sEr nada¡Plaff!.
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LA VIDA Y LA MUERTE 

Efusivamente ¡basta!,
irreductiblemente ¡calma!,
silenciosamente ¡muerte!.

Gritos que alardean prefabricadas victorias:
camuflaje de la derrota.

Vigorosamente ¡yelmos!,
despreciablemente ¡truenos!,
paulatinamente ¡hoscos!.

El apoyo insólito de las voces y las palabras,
el reacio S.O.S. De una luna y un humano.

Clandestinamente ¡fuerza!,
deliciosamente ¡bestia!,
dementemente ¡locos!.

Una silueta arrastra su sombra al abismo
y la sumerge donde la profundidad es un punto infinitesimal.

Tardía y ruidosamente ¡vida!,
pronta y silenciosamente ¡muerte!.

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