Hoy me ha tocado doble sesión
de cuentos a Gema y a María, mis hijas. Ayer, liberado por el fútbol -sabes que
soy del Madrid- me escaqueé de contarle mi ración diaria de cuentos,
adivinanzas o frases recogidas por Pablo Motos en su programa El
Hormiguero, en un libro bastante vendido ¡Qué fácil es publicar
-y vender libros- para alguien que es famoso! Lo realmente complicado es llegar
a ser afamado sin haber cometido una barbaridad o algún delito, que también los
hay.
Esto que digo, además nos lo
corroboró en Huéscar el presentador y expolicía Manuel Jiménez -creo que se
llama así, pero me confieso de no ser un seguidor de los programas matutinos de
la televisión, tampoco de los de la tarde o de la noche, salvo algún que otro
capítulo de C.S.I. que no haya visto ya-.
No obstante, he de reconocer
que no me fastidia concederles diariamente a mis hijas, y antes a mi hijo, un
rato de lectura mientras les rasco y hago cosquillas en las espaldas. En
ocasiones se me quedan dormidas a mitad del cuento, pero eso es algo con lo que
ya cuento a priori. Hace años el turno era de Nico, pero ahora, con 16 años
recién cumplidos como que no quiere que le cuente cuentos. En todo caso
experiencias y anécdotas de la vida, que al parecer son más instructivas. A lo
que no renuncia es a las cosquillas y al manoseo en las espaldas. Ahí los tengo
a todos entregados, por más que se resistan. Me tiene prohibido llegar a los
costados, pues dice que le produce unas cosquillas insoportables. Que le
gustan, pero que no puede resistirlas, por lo que de vez en cuando me adentro
en los costados de soslayo, rozando, patinando apenas. Eso sí, sin llegar a las
axilas, pues, como es lógico las mantiene en el tempo de la intimidad, y ello
se lo respeto, pues la edad comienza a producirle sus efectos. La mayoría de
los padres sabrán de qué les hablo, lo que les digo.
El problema es quién le hace a
uno las solícitas cosquillas. O como decía Gabriel García Márquez: el general (padre) no tiene quien le escriba (rasque).
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