Buenos días, a pesar de esta
voz rota y cansada. Nunca supimos en qué guerra
nos habíamos metido hasta que comprobamos que se nos congelaban
las pensiones, o quizás se nos congeló la confianza; hasta que supieron los
funcionarios que sus nóminas iban a ser reducidas no creyeron el giro de los
acontecimientos. O cuando el empresario discreto fue a solicitar un crédito
blando en su oficina de toda la vida y una desconocida muchacha, con leve
sonrisa en el rostro, le dijo que era imposible, no sé qué de un escoring y una
nota de excesivo endeudamiento. Entonces pensó que algo no funcionaba, que un
halo de mentira envolvía las palabras de financieros y políticos, pues él mejor
que nadie sabía que nunca, en toda su trayectoria profesional, había tenido su
economía más saneada Comenzó a fijarse en los labios de las personas que
hablaban y gesticulaban en los medios de comunicación: banqueros,
sindicalistas, representantes de los empresarios, gobierno, oposición, meapilas
y botarates y, a través de su método particular de observación tornó las frases
en otras más reales y sinceras, descubriendo la gran bola de falsedad y mentira
que la crisis había creado para mayor honor y gloria de la humanidad, mientras
los de siempre: los humildes, los sencillos, los pobres, seguían padeciendo sus
miserias y soportando sobre sus espaldas los engaños y las patrañas de los que
nos habían llevado a esta situación, individuos con rostro, individuos con
nombres y apellidos que campeaban a sus anchas por los noticiarios como si la
cosa no fuera con ellos.
Por Manolo Ozáez
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