Me desperezaba en el Hotel Trip Macarena de Sevilla la mañana
del viernes con la trágica muerte de Michael Jackson, de 50 años, un ídolo
viviente por la extensa lista de éxitos musicales en los años 80 y 90. Ya en
los 70 era famoso a través de los Jackson Five, el mítico grupo de hermanos que
él, el menor, comandaba. Más tarde saltó a la palestra Jane, la hermana pequeña
de la saga.
El compositor y cantante con más discos vendidos. Junto con los
Beatles, uno de los que más números 1 ha logrado en las listas americanas y de
todo el mundo. Admirado por tres cuartas partes del orbe y denostado por el
otro cuarto por cuestiones ajenas a su calidad artística, caída en desgracia en
los últimos tiempos, que le había llevado a la ruina económica, como si la
fuente de la que manaba la originalidad rítmica se hubiera secado.
¿Quién se ha resistido a bailar sus canciones, a tararear en un
chapucero inglés sus letras? ¿Quién puede negar el impacto social que producía
en aquellas ciudades y países que visitaba? con independencia de sus numerosas
manías y excentricidades, que no voy a relatar por ser de sobra conocidas de
todos y en honor a su memoria.
A todos un poco, desde los 20 hasta los 50 años se nos ha roto
un poco el alma con esa extemporánea pérdida tan temprana, que lo único que ha
conseguido es convertirlo en más mito de lo que ya era. No obstante hay que
morir joven para que la historia te recuerde como algo grande, inmenso,
insustituible, irrecuperable. Una de las frases más escuchadas estos días en
los noticiarios ha sido la de "el hombre de color que se convirtió en
blanco". Las razones, nadie se ha parado a averiguarlas, o al menos no han
trascendido.
Pero a nadie se le olvida su baile, imitado hasta la saciedad,
sus poses, sus movimientos, sus atuendos, su imagen, icono de una época y de una
oleada de gentes. Todos hemos muerto un tanto con Michael, pues no dejaba de
ser, cada equis tiempo, una referencia de nuestra propia vida. No voy a
analizar su música, sus éxitos, los títulos de sus álbumes y canciones, pues
las grandes multinacionales ya se encargarán de recopilarlos y lanzarlos al
devorador mercado consumista, y del que, por supuesto, él no se beneficiará en
lo económico. Tal vez no tapen las abundantes deudas que dejó porque serán
otros los que lo administren, pero a buen seguro lo volveremos a ver sobre un
escenario improvisándonos un estudiado baile de encantador mimo que hará que
nuestros corazones heridos vuelvan a latir aceleradamente, como de costumbre,
pero hoy solo nos cabe recordar que un poco sí que hemos muerto todos con Michael
Jackson. Descanse en paz, que menos.
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