Lisbeth Salander, la protagonista de la exitosa serie
literaria MILLENNIUM, del autor sueco Stieg Larsson, visitó recientemente la
ciudad de Bailén, como parada y fonda obligada en su periplo hacia Gibraltar,
donde tiene fijada su residencia la empresa que la joven hacker nórdica ha
creado para gestionar su enorme patrimonio, de procedencia conflictiva, o
cuanto menos dudosa.
En las zonas aledañas al Hotel Bailén, se prestó a que la
fotografiáramos, a pesar de su carácter huidizo y un tanto frío, lo que no nos
pilló de sorpresa, pues éramos conscientes de su enorme popularidad, tanto en
el cine como en los ruedos literarios. De hecho, nos resultó un ser de ficción,
ajeno a todo lo mundano que nos rodeaba. Nos comenta, en un más que aceptable
castellano, que desde su terrible experiencia en La Chica que soñaba con una cerilla
y un bidón de gasolina, que la convirtió en el personaje más buscado -y tal vez
odiado- de Suecia, por el terrible asesinato del periodista que trabajaba para
la revista Millennium, y de su esposa embarazada, que le imputaban la policía y
los medios de comunicación, que más tarde resultó un execrable error, no era
demasiado amiga de aparecer en los medios, pero que esto era distinto -al menos
así nos lo manifestó con anterioridad a la sesión fotográfica-, puesto que, por
una parte, estaba suficientemente alejada de su tierra natal, y por otra, se
plantea seriamente establecer su residencia en Andalucía, cerca del mar y de
nuestro sol, de ahí que acceda a posar de aquellas guisas para la revista
Bailén Informativo y conversar con el equipo de redacción de la revista.
Incluso se atreve, en un ambiente distendido, emocionalmente serena, a bromear
con nosotros, estableciendo un paralelismo entre nuestra publicación y la
revista Millennium, por aquello de la periodicidad trimestral y los contenidos
de investigación, algo que los redactores allí presentes no nos imaginábamos,
devanándonos los sesos por encontrar un paralelismo que al final nos fue
esquivo.
Lo cierto es que, cara a cara, Lisbeth nos parece más alta y
más delgada que como la recordábamos de la gran pantalla, si bien no se nos
escapa que las imágenes en el cine y en la televisión tienden a presentarnos a
los personajes más bajos y gruesos. También nos sorprende la palidez de su
rostro, en contraste con sus encarnados labios, y una melena más abundante que
en sus últimas apariciones en el celuloide. Incluso nos atreveríamos a decir
que infinitamente más bella, aunque eso tal vez sea por el acercamiento y el
cara a cara, pues en las distancias cortas gana muchos enteros.
A Salander la recordábamos arisca, o al menos así nos la
presentaba la primera parte de la saga novelística, Los Hombres que no amaban a
las mujeres: nada más lejos de la realidad. Con el gesto y las palabras aparece
un personaje distinto a aquella muchacha punki de vestimenta gótica que cautivó
desde su subversión y violencia a toda Europa y después al resto del mundo.
Ahora es distinta, algo más moderada, y no solo en el vestir, sino en el
semblante, en las formas. No tan tachonada de piercings, con determinados
tatuajes excesivamente visibles eliminados por completo, aunque otros más
ocultos los conserva -según nos cuenta, aunque no los enseña-, si bien ha
conservado al más reconocido de todos ellos, su dragón. Más recatada, más
integrada socialmente, palabras que nos confiesa le aterran, aunque entienda
que las usemos en el transcurso de la sesión.
La mirada perdida a lomos de su imponente motocicleta custom,
sobre la que ha surcado de norte a sur la vieja Europa. Con el fondo
improvisado de una vieja y abandonada maquinaria industrial del antiguo Parador
de Bailén. Todo en ella es natural, salvo tal vez la forzada sonrisa que nos
dedica por unos instantes, pues es aún pronto para olvidar las experiencias
vividas por esta Reina en El Palacio de las Corrientes de Aire y que le marcaron
de por vida. Otra cuestión será la fuerza interior que surge de ella.
Algunos más osados nos atrevemos a preguntarle cuándo volverá
por estas tierras inundadas de olivos, incluso si se plantea establecer algún
tipo de actividad por estas latitudes. Nos mira y, regalándonos la última y más
sincera de sus sonrisas, se enfunda en el cuero y se despide con un simple
“Hasta Luego”, lo que nos deja de improviso aturdidos, como si hubiéramos
recibido un golpe seco en el mentón. Yo, sin embargo, sé que el “hasta luego”
encierra una promesa que muy pronto nos será desvelada.
Texto de Manolo Ozáez para Bailén
Informativo
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