No siempre los "invencibles" ingleses ganaban... aunque se 
lo tienen bien callado. Pasa como con la batalla de Cartagena de Indias, en 
1741, o la de cabo Sicié, en 1744. Hay que recordarlo de tanto en tanto. 
Todo había 
empezado semanas antes, con los espías 
españoles en la capital inglesa, que se hicieron con los datos 
de salida de un gran convoy. Inglaterra necesitaba en ese momento reforzar 
militarmente y avituallar a sus mejores unidades, que estaban 
luchando en ultramar, en las postrimerías de la guerra 
de Independencia 
Norteamericana, además de la expansión del Imperio en la 
India. Pero acababa de vivir, en el verano de 1779, con un terror 
desconocido desde tiempos de la Grande y Felicísima Armada de 
Felipe II, el acoso de la Armada combinada a las costas británicas. 
La población había 
abandonado incluso las localidades costeñas. Luis de Córdova 
capitaneaba la escuadra española y hubiera invadido Inglaterra aquel verano, 
pero las dudas continuas del almirante francés, Luis Guillouet, y una acción 
combinada del escorbuto y una epidemia de 
tifus echaron al traste esos planes y los obligaron a retirarse a 
Brest.
Cuando la 
información del convoy llegó al conde de Floridablanca, este alertó a la Armada 
comandada por Luis 
de Córdova, que contaba entonces 73 años. A sus fuerzas de 27 
navíos se había sumado una flotilla francesa de 9 navíos y una fragata. A los 
franceses no les parecía nada bien el mando de un hombre tan mayor, pero lo 
cierto es que Floridablanca lo defendía como uno de los más válidos marinos de 
la época: “El viejo 
ha resultado más alentado y sufrido que los señoritos de Brest”, 
escribía el secretario de Estado al conde de Aranda apenas un año antes, cuando 
fracasaron los planes por la indecisión francesa.
Luis de Córdova 
estuvo acechando desde el Estrecho para encontrar el 
rastro del convoy. Y se aprovechó de que Londres, como consecuencia del ataque 
del año anterior que había detenido el comercio y parado la 
bolsa, ya no permitía a su flota alejarse del Canal de la 
Mancha. A la salida del Canal, el convoy quedó con la mínima escolta, apenas 
tres buques, y el resto volvió a defender las islas. Tratarían de alejarse de las 
rutas sabidas y confiarían su suerte a la noche y el 
viento.
Mientras tanto, 
las veloces fragatas 
españolas escrutaban grandes superficies alrededor de la flota, 
que se movía con prudencia en los primeros días de agosto de 1780. Pero todos 
sus esfuerzos dieron fruto en la madrugada de aquel dia 9. Poco después de la 
medianoche, desde el “Santísima Trinidad”, el Escorial 
de los mares, Luis de Córdova pudo ver cómo una 
lejana fragata, adelantada a barlovento para rastrear la zona, 
lanzaba una señal, 
disparando sus cañones. Sin embargo, por la extrema lejanía, no 
se pudo contar el número de disparos que indicaba el de velas 
avistadas.
¿Sería el convoy? 
Debieron ser momentos de gran tensión hasta que la fragata, siguiendo la 
ordenanza y avistando numerosas velas ya en el horizonte, y no de la escuadra 
combinada, repitió 
la señal y desde el “Santísima Trinidad” pudieron contarse los 
disparos.
En ese momento el 
navegante ordenó a virar a su escuadra y calculó el rumbo para lograr que se 
llegase a un punto en el que, al amanecer, se encontrarían con el convoy. A su 
dominio de la navegación añadió una añagaza: dejó un farol en lo alto 
del trinquete, el palo de proa, del “Santísima Trinidad”, que 
confundió a los del convoy hasta el punto de dirigirlos directamente a la trampa 
tendida.
Amanece el día 9. 
 A las 4:15 de la 
madrugada se avista una vela en el horizonte. Inmediatamente le 
siguen muchas más, todas se encaminan a la luz del farol que camufla su suerte 
inmediata. Ellos creían que se trataba de una señal de su propio 
comandante.
Cuando ya es 
tarde, descubren su error y viran en desbandada. Luis de 
Córdova comienza a cañonear de manera selectiva a los aterrados 
ingleses para que se detengan y ordena una caza general para capturar y marinar 
las presas con dotaciones inmediatamente.
A 
las 5 de la mañana 
ha capturado 26 buques con 10 navíos, pero la caza continúa 
durante toda la jornada, aciaga para el inglés, trepidante para la combinada. 
Al anochecer cuentan 
41 naves. Solo se escapa un bergantín chico por el Este y seis o 
siete pequeñas embarcaciones por barlovento, de las que solo se podrá dar caza a 
una, más tarde. Lo hará la fragata “Nereyda”. El recuento, acabado el día 10 
será de 55 naves 
capturadas. A las huidas hay que sumar la huida 
del único navío, de 
74 cañones, y las dos fragatas que escoltaban el convoy. ¡Y qué 
convoy!
Cuando los 
españoles empiezan el recuento apenas pueden dar crédito a lo que ven su ojos. 
Se trata de un 
convoy doble, apresado antes de separarse. Una mitad iba a 
las Antillas 
inglesas, con el fin de reforzar a las tropas que combaten en Norteamérica, y la 
otra mitad se dirigía a la India, con una valiosísima carga. 
Luis de Córdova, que además comprende enseguida el valor estratégico del 
material militar apresado, ordena a Vicente Dolz que escolte las 
presas a Cádiz, en cuyo puerto fondean el 20 de agosto. Allí van 
los buques que además de pólvora en gran cantidad y 
armas, uniformes y vituallas para miles de soldados, 
portaban lingotes de 
oro por valor de un millón de duros(para comprender la 
dimensión, piénsese que el valor de tantas naves no pasaba de 
600.000).
El mayor desastre 
logístico de la historia británica incuía 57 fragatas, 9 bergantines, 9 
paquebotes; sumaba 294 cañones; portaba 1692 hombres de 
equipajes, 1159 hombres de la tropa de transporte y 244 pasajeros, entre ellos 
algunos importantes. De las fragatas había algunas de 700 toneladas, muchas de 
400, más de 10 de 200 y el resto de 300 toneladas. Tres de ellas pasaron a la 
Armada española con los nombres de “Colón”, “Santa Balbina” y “Santa 
Paula”.
Las noticias de la 
captura hicieron caer la bolsa de 
Londres. El toma y daca se repetirá, varias veces casi en las 
mismas aguas durante los siguientes 25 años, hasta Trafalgar, pasando por las 
batallas del Cabo de Santa María. En la última, en 1804, un año antes 
del desastre de la 
Armada combinada en Trafalgar, estalló por los aires la 
“Mercedes”, tan célebre desde hace unos años por culpa del expolio de los cazatesoros de 
Odyssey.
Remitido por un colaborador de Madrid 



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