viernes, 2 de noviembre de 2012

"FUI, VI, ENTRÉ EN RONDA", artículo de Manolo Ozáez


FUI, VI, ENTRÉ EN RONDA. Por Manolo Ozáez



Dos días antes de mi viaje a Ronda, en la Semana Santa de 2010, repasando el capítulo 4 del Documental sobre la Guerra de la Independencia, que no recordaba haber visto, y en el que como anécdota diré que representé al famoso y laureado general Francisco Javier Castaños, vilipendiado por algunos historiadores y ensalzado por otros, me encontré con un suceso que me llamó poderosamente la atención: En su viaje por Andalucía el rey José I, tuvo un altercado de importancia en la serranía de Ronda, pues estuvo a punto de ser capturado su carruaje por una partida de guerrilleros. No obstante, el general imperial Sebastiani, en un atropello a la desesperada, consiguió liberar al hermano de Napoleón, apresando a medio centenar de partisanos. Realizado el juicio sumarísimo, y prestos a la ejecución, el magnánimo rey ordenó a Sebastiani que les perdonara la vida, lo que hizo de mala gana el militar, si bien al abandonar José I la ciudad de Ronda en su periplo andaluz, Sebastiani mandó sacar de prisión a los encarcelados y uno a uno los fue arrojando al tajo desde la altura del Puente Nuevo.


Con esa visión apostólica, iniciaba mi viaje de vacaciones espirituales a Ronda. Varios días antes me había imbuido a tope de Semana Santa tras la lectura del pregón en la Casa de la Cultura de Guarromán. Las maletas preparadas, el alojamiento abonado y los ánimos predispuestos. Nos embarcamos en una nueva aventura de los sentidos. Atravesamos Andújar, Villa del Río, Montoro, las riberas violentadas por las últimas crecidas del río Guadalquivir, la proximidad del Puente de Alcolea, donde se inició el primer enfrentamiento entre franceses imperiales y patriotas en las tierras andaluzas. Córdoba y toda su historia, que dejamos en el margen de la derecha, apenas a tiro de mosquete. Cruzamos el kilómetro 443 y otra nueva señal nos guiaba: “Cerro Perea”, me acordé de Miguel Ángel, que se había quedado castigado en la posada de Bailén.

Y en la ciudad donde sobresalen las torres de sus campanarios, Écija, que también evoca aquella época en la que los bandoleros asaltaban las diligencias y tenían tomados los caminos, me acordé de las páginas que leí hace más de treinta años sobre “Los 7 Niños de Écija”, que en realidad eran un número mayor, si bien al caer uno en emboscada, otro lo sustituía, por lo que siempre eran 7, cual inmortales almas. Giramos en dirección a Osuna, por la A-351, el Saucejo, Almargen, dejando Campillo al margen, la pequeña villa de Cañete la Real, antigua, enclavada en plena sierra, y cruzando la altiplanicie, Ronda.


Me acordé de la Balada del que nunca fue a Granada, de Rafael Alberti, que al tiempo versionó Paco Ibáñez, y que os confieso era una de mis canciones preferidas del cantautor vasco, aquella que empezaba “¡Qué lejos por mares, campos y montañas! Ya otros soles miran mi cabeza cana. Nunca fui a Granada…”.

Pero era otra la frase: - Nunca fui a Ronda. Pues, he de deciros, en sincera confesión, que nunca había estado en Ronda, de la que todo ser viviente me hablaba, a la que, al parecer, todo el mundo había visitado en algún momento de su vida, y yo sin embargo, viajero como me creía, nunca la había disfrutado. Seguía el poema: “… los años perdidos. Quiero hallar los viejos, borrados caminos. Nunca vi Granada [Ronda]”. Mi hermano Rafa, el arquitecto, en varias ocasiones había sido invitado a la famosa corrida goyesca que organizan los hermanos Rivera, descendientes de la saga rondeña de los Ordóñez, en el foso de La Maestranza de Ronda (“…Dadle un ramo verde de luz a mi mano. Una rienda corta y un galope largo. Nunca entré en Granada [Ronda]”). Existe otro linaje rondeño de impresionante prestigio y aureola en el mundo de la tauromaquia, que son los Romero, hoy perdidas para la fiesta nacional. A ambas estirpes se les idolatra en Ronda, pues son santo y seña de su tradición y cultura, convertidas en figuras para el imaginario histórico de la ciudad como Cayetano Ordóñez, el Niño de la Palma, o su hijo Antonio Ordóñez, flanqueados en innumerables fotografías de finales de los años 50 y principios de los 60, por el escritor Ernest Hemingway, de El Viejo y El Mar, o “¿Por quién doblan las campanas?”, que en plena dictadura colocó a España en el mapa cultural internacional al fomentar nuestra fiesta de los toros –“¿Qué gente enemiga puebla sus adarves? ¿Quién los claros ecos libres de sus aires? Nunca fui a Ronda[perdón, a Granada]”-.

En otras fotografías de la época aparece junto al matador Antonio Ordóñez, el actor, locutor y director de cine Orson Welles, gran amante de las costumbres hispánicas, y visitante asiduo de Ronda, quien pidió expresamente que sus cenizas se esparcieran por los aires serranos de Ronda. “Quién hoy sus jardines aprisiona y pone cadenas al habla de sus surtidores? Nunca vi [Ronda]”, cantaba Rafael Alberti a Granada.


Mi panadera; la profesora de mi hija María; mi madre, en el que fuera el último viaje de mi padre; los empleados de mi oficina; Rafa, María; todos mis amigos; conocidos que abordé en plena calle; poetas, compañeros de la cultura, el mundo entero conocía Ronda, había estampado sus huellas en los adoquines de sus centenarias calles cargadas de historia. Andando por sus callejuelas encontrábamos inscripciones que anunciaban: “Aquí vivió Francisco Giner de los Ríos”, el filósofo rondeño fundador de la Institución Libre de Enseñanza, o el Círculo de Artistas, o Casino, lugar donde se reunió la Asamblea de Ronda en 1918, y en el que Blas Infante, padre de la patria andaluza, propuso la bandera verde y blanca y el escudo de Hércules con dos leones como símbolos de Andalucía. O la misteriosa y destartalada Casa del Rey Moro, a través de la cual se accede al interior de las Gargantas del Tajo. No aparecen inscripciones sobre otros personajes famosos de Ronda, como fueron los bandoleros José Ulloa, conocido como Tragabuches, o Pasos Largos, aunque en el Museo del Bandolero encontramos numerosas referencias a estos y otros guerrilleros de la comarca.

Por supuesto, visitamos la plaza de la Maestranza de Ronda, el Museo de Armas históricas, más bien diría el museo de armas de avancarga, que reúne piezas únicas, utilizadas en duelos, como la de Vicente Blasco Ibáñez, o las que se utilizaron en el duelo a muerte entre el Duque de Montpensier y el Infante Real Enrique de Borbón, en marzo de 1870, y que supuso la muerte de este último, privándole de su derecho al trono de España. (“Venid los que nunca fuisteis. [Ronda] Hay sangre caída, sangre que me llama. Nunca entré en [Ronda]”).

La misma tarde que llegamos a Ronda apreciamos el halo místico que rodea la villa. En la carrera de Espinel – en recuerdo del poeta Vicente Gómez Martínez Espinel- se notaba el bullicio de las hordas turísticas en pos del souvenirs, de compras, tomando sus espléndidos churros -nunca conocí tal concentración de churrerías en tan pocos metros cuadrados-. Restaurantes y bares cada dos puertas por todo el centro histórico, con nombres típicos como “Mesón Pedro Romero”, “Del Escudero”, “El Capricho”, “El Pinsapo”, o “El Tragabuches” antes mencionado. Nos alojamos en el Hotel Maestranza, justo enfrente de su impresionante plaza de toros del mismo nombre, respirando desde nuestra llegada el ambiente festivo y cultural de la comarca, algo que nos impresionó conforme conocíamos más en profundidad la ciudad: festivales de poesía en el Casino de Ronda, desfile de trajes típicos andaluces, Concursos de Dibujo, Festival de Guitarra, conciertos de música, Centenario dedicado al poeta Miguel Hernández, “Hay sangre caída del mejor hermano. Sangre por los mirtos y aguas de los patios. Nunca fui…”,entonaba el otro poeta amigo. Cartelera de cine con estrenos - en la que disfrutamos de la cinta infantil "Cómo entrenar a tu Dragón", y de la película de aventuras y mitología gruega "Furia de Titanes"- . Y un sinfín de Museos en una ciudad que no sobrepasa los 50.000 habitantes.


En el periódico local semanal, Ronda Actualidad, descubrimos que la ciudad goza de una extraordinaria salud deportiva, con equipos en las ligas provinciales de kárate, rugby, baloncesto, balonmano, atletas en casi todas las modalidades deportivas, pilotos de Enduro, con un equipo en el grupo 9 de la Tercera División de Fútbol, que comanda el Atlético Mancha Real, e infinidad de prácticas deportivas para una ciudad de interior. Pero lo especial de la ciudad es su arquitectura, que la hace una de las ciudades más visitadas de Andalucía por las legiones de extranjeros que se lanzan a fotografiar monumentos únicos. “Del mejor amigo, por los arrayanes. Sangre…”. Una invasión diaria de nipones, ingleses, alemanes, franceses y por supuestos españoles. La joya de la corona el Puente Nuevo, una impresionante construcción iniciada en 1751 y acabada en 1793, obra del arquitecto conquense Juan Martín Aldehuela. Mide 98 metros de altura, y, de alguna forma, representa la imagen de la ciudad en el exterior.

No obstante son infinitos, por decir una cifra, los monumentos, edificios y lugares con duende que podemos visitar en la Ronda Soñada: el Alminar de San Sebastián, del siglo XIV; la puerta de Almocábar y las murallas del sur de la ciudad, que andamos en su altura; el Parador de Turismo, colgado sobre las alturas de las interminables rocas que rodean de forma natural la ciudad; los Palacios de Mondragón y del Marqués de Salvatierra; la Puerta de Felipe V, la Iglesia de Santa María, la Casa del Gigante y el mismo Ayuntamiento en la tranquila y hermosa plaza de la Duquesa de Parcent. Numerosos Museos, innumerables Conventos de cal blanca, callejones sinuosos, extenuantes cuestas, y en el horizonte una de las mejores puestas de sol que pueda contemplarse desde la alturas.

Ronda se merece que cerremos este artículo con los versos de un andaluz universal, como fue Rafael Alberti, que seguro también, como yo, alguna vez en su vida tuvo la suerte de contemplar la villa y ciudad Soñada: “si altas son las torres, el valor es alto. Venid por montañas, por mares y campos. Entraré en [Ronda]”.

Manolo Ozáez para la revista BAILÉN INFORMATIVO. Abril de 2010.

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