viernes, 8 de agosto de 2014

El Sillón del Moro: "MINAS DE RÍO TINTO", por Manolo Ozáez

Noviembre de 2006. Nevaba en Bailén. En Úbeda y parte de la sierra nordeste de Jaén, la cantidad de nieve caída, impedía los accesos y salidas de algunos pueblos. Con ese panorama, Mary Carmen y yo nos fuimos a Minas de Río Tinto, al corazón de su cuenca minera, que en un tiempo fue la comarca de Tarsis, colonizada por tartesios, más tarde por los romanos, que supieron extraer de sus tierras el cobre para sus armas, la plata y el oro para sus joyas y orfebrería, y tan próxima a la ciudad romana más próspera de la península ibérica, Itálica, de donde surgieron grandes césares para Roma. Hoy, aún perduran vestigios de esa época de esplendor en su orografía, en ciertos yacimientos explotados a mano y de escasas dimensiones, y sobre todo en el Museo Ernest Lluch, en honor del político socialista asesinado por ETA, y que en calidad de ministro de Sanidad fue Presidente de la Fundación Río Tinto, ubicada en el antiguo Hospital Inglés, que el estado español cedió a la ciudad de Minas de Río Tinto para ubicar allí su museo historiográfico. Precisamente el Museo es el Hospital que se recrea en la película recién estrenada, EL CORAZÓN DE LA TIERRA, del director onubense Antonio Cuadri. También los árabes, en su ocupación de la península ibérica, se asentaron en la comarca, si bien no fueron especialmente conocidos por su condición de mineros.

Todo rezuma historia, y a la vez decadencia. Río Tinto y su comarca -incluidos sus habitantes en la práctica- fue vendida por el gobierno de la 1ª República en 1873 a los ingleses por 92 millones de pesetas, solventando con ello la bancarrota en la que estaba sumido el Estado español en aquellos momentos. Se funda la Río Tinto Company Limited, que se mantuvo en la zona durante 81 años, ejerciendo un auténtico poder colonial sobre dichos territorios y sus gentes hasta su salida a mediados del siglo XX, cuando dejó de ser rentable la explotación del suelo, y cuando extraer los materiales, aún hoy abundantes, suponía un coste mayor que su venta en el mercado habitual. De aquella época le quedó a Huelva y su provincial el nacimiento del primer club de fútbol, que aunque creemos fue el Recreativo de Huelva, los lugareños de Río Tinto nos demuestran con fotografías, que existía el Río Tinto Club de Fútbol con anterioridad, si bien no llegó a inscribirse en ninguna competición, por lo que cedió ese honor al Recreativo de Huelva, C.F., reconocido en la actualidad como el decano del fútbol español. Pero no solo eso, también los ingleses, para trasladar el mineral hasta el puerto de Huelva, construyeron una línea de ferrocarril que se introduce hasta el mar para carga de los barcos. Dicha línea ferroviaria, antaño abandonada, está siendo rehabilitada, kilómetro a kilómetro, para su explotación turística, existiendo hoy en torno a 15 kilómetros de recorrido abiertos al viajero para recorrer los increíbles parajes marcianos de Río Tinto, en paralelo casi su totalidad, al cauce del río Tinto.

El río Tinto no es meramente un nombre. Realmente es de color rojizo, color que consigue al fluir de esa tierra donde hasta el año 2001 la explotación minera de Cerro Colorado, tuvo sentido en manos de los habitantes de la comarca en régimen de cooperativas. En el año 1996 se había cerrado Corta Talaya, la mayor mina a cielo abierto de toda Europa y la segunda del mundo en dimensiones de su cráter, aún hoy más impresionante visto desde su último anillo o desde sus galerías interiores, la mayoría inundadas por el agua rojiza al dejarse de evacuar el agua hacia el exterior, lo que permite que el nivel hídrico consiga su altura original.

El episodio que nos narra la película "El Corazón de la Tierra·, estrenada en abril, y que se basa, ya que no es fiel reproducción  así lo quisieron el director de la película y el escritor del libro del mismo nombre, Juan Cobo Wilkins-, en los hechos acaecidos el 4 de febrero de 1888, llamado en el lugar por su habitantes, de boca en boca, "El año de los tiros", cuenta la tragedia en que se sumió al pueblo -también a Zalamera la Real, donde se creó la liga antihumos- que reivindicaba el desmantelamiento y eliminación de las teleras, chimeneas al aire libre de tres a cinco metros de altura en las que se introducía el mineral para separarlo de sus impurezas. De su combustión se producía unas nubes tóxicas que permanecían a cierta altura del poblado, de forma continua, y que solo desaparecían cuando llovía, lo que aún era más catastrófico, ya que se producía la llamada lluvia ácida, que afectaba a personas, agricultura y ganado. La media de vida era bajísima, las enfermedades respiratorias y de la piel, abundantes, y la mortalidad infantil se disparaba en las estadísticas. Aún así, los ingleses, en su papel de propietarios coloniales en el propio territorio español, y permitido por las autoridades del país de acogida, no abandonaban ese uso de las teleras, a pesar de que las propias Cortes Británicas habían prohibido esa práctica en Inglaterra en décadas anteriores.

Más de 12.000 personas se manifestaron pacíficamente, concentrándose en la plaza de la Constitución de Minas de Río Tinto, en donde entregaron al alcalde y al gobernador civil un escrito con varias reivindicaciones, entre ellas la prohibición de las teleras, jornada de 8 horas en las minas en lugar de las 12 ó 14 que eran habituales, la prohibición del trabajo en la mina para los menores de 13 años, o un retiro a los inválidos de la mina. El anarquista Maximiliano Tornet, fue el elemento aglutinador de las reivindicaciones de los mineros, de la población  -casi exclusivamente dependiente de la explotación minera de forma directa o indirecta-, de los agricultores y terratenientes que veían continuamente diezmadas sus cosechas, y de los ganaderos que perdían sus camadas por las nubes y  las lluvias tóxicas y por la falta de pastos. En apenas 15 años la tierra se había convertido en un sequeral, totalmente calcinada y sin cultivos. Unas veces por los efectos tóxicos descritos y otras veces por la tala continua sin regeneración de los bosques para utilizar su madera en las traviesas del ferrocarril y para alimentar como leña las teleras. Además, se producía el doble efecto que sin vegetación, las nubes contaminantes no encontraban dificultades para su expansión.

A un gesto del gobernador civil, y en contra y la oposición de la guardia civil de Minas de Río Tinto, el regimiento militar de Pavía, que había sido llamado por el gobernador, a cargo del capitán Nazario Infante, de infausto recuerdo en la memoria de sus gentes, abre fuego indiscriminado contra los pacíficos manifestantes, produciéndose descargas continuas de una tras otra compañía. Ante la huida en masa despavorida e incrédula de la población, los soldados ensartan a bayoneta a los heridos y a los retrasados, entre los que se cuentan numerosas mujeres, niños y ancianos. Tocan a arrebato.

Dicha manifestación se documenta como la primera manifestación con carácter fundamentalmente ecológica de la que se tiene noticia en todo el mundo. Se cree que fallecieron entre 150 a 200 personas, y más de 200 heridos, aunque oficialmente murieron de 10 a 15 personas. Y ello porque toda la población dependía del trabajo de la Río Tinto Company Limited para su sustento y supervivencia en una época de miseria y hambruna, y con la agricultura de la zona calcinada. De la declaración de fallecidos en la familia, dependía que siguieran trabajando para los ingleses en la mina u otras ocupaciones, o su despido y la hambruna y el desahucio, ya que las viviendas eran propiedad de la Compañía minera, y se cedían a los trabajadores más laboriosos de la empresa.

Otro caso aparte es Bellavista, el barrio inglés, totalmente vallado y alejado de la población autóctona, con la que era inexistente el contacto. En el barrio se organizaban fiestas, competiciones deportivas, bailes, escuelas, y todo tipo de actividades, en las que estaba prohibida la participación de los españoles. Incluso no era aceptado el matrimonio con parejas de la otra nacionalidad, debiendo abandonar los que así lo hicieran, la compañía de sus camaradas ingleses. Entre la población inglesa, infinitamente más avanzada en cuanto a cultura, conocimientos y por supuesto economía, también existían categorías, si bien todos estaban en una posición superior de predominio sobre los habitantes nativos, y en una posición superior a la que tendrían si volvieran a la metrópoli inglesa. Aquí eran bien pagados y bien atendidos, por lo que era raro renunciar a dichos privilegios. No obstante a las mujeres inglesas, a pesar de su modernidad, y cosa de todas formas habitual en aquella época, se les tenía prohibido el acceso al Club Social. Aún hoy podemos ver los curiosos carteles a las entradas de algunas de las salas, donde se dice: "PROHIBIDO EL PASO A MUJERES". Aún se conservan las pistas de tenis y varias calles con viviendas del tipo victorianas, algunas habilitadas con todo lujo de detalles, incluidas fotografías y enseres de finales del XIX, como Museo, que pueden visitarse y situarnos en el momento de forma inmediata. Se respira una atmósfera colonialista y decadente.

A la vuelta hacia Bailén, miles de sensaciones se cruzaron en mi cabeza. Por una parte las historias de su tierra, de sus gentes, que nos contaban nuestros anfitriones, Rafael Cortés, cronista oficial de Minas de Río Tinto, y onubense del año, y su esposa, así como Grego, nacida en dicha población, y su esposo Manuel Tierra, director territorial de Jaén de MAPFRE, empresa que nos invitó al viaje. No me costó reconocer sobre el escenario del Club inglés al que accedí como presentador de la gala, ex aequo con Tony, que me equivoqué. que pensaba que Minas de río Tinto era un pueblo fantasma en el que se respiraba decadencia de lo que un día fue. Y algo había, pero curiosamente era enriquecedor. El ríotinteño nos enseñó el sentido de las palabras recuperación económica, orgullo por una tierra y por su historia, el valor de lo que se conserva. Y hoy que está en boga el turismo rural, descubrí que Minas de Río Tinto es el paradigma de su filosofía. Han recuperado un extenso tramo de vía ferroviaria. Han puesto al servicio de los visitantes su Museo Histórico, llenándolo de contenido. Nos deleitan con los sabores y olores implícitos en su peculiar gastronomía, como las uvas en aguardiente que menudos grados de alcohol contenía, a la vera de una conversación instruida y animada. Y no pude evitar el paralelismo con Bailén, a pesar de las notables diferencias, pero también dependiente de su tierra arcillosa de la que extraemos la cerámica industrial y artística, fruto de nuestro subsuelo, de nuestra historia, que la tenemos, y que no sabemos o queremos explotar, y hablo de la Batalla de Baécula, el gran episodio olvidado; de la Batalla de Bailén, que estamos poniendo unos pocos en valor en los últimos años, con décadas de retraso, de un Museo que nunca se acaba. De un pueblo con más de 18.000 habitantes frente a otro con apenas 4.000. ¡Qué lejos en las intenciones y qué cerca en la distancia! Sus gentes, enamoradas del lugar, como Blanca  -Hada- Bosco, la anciana-niña protagonista del libro de Juan Cobo Wilins, que vuelve a su casa y a sus paisajes, les hacen películas y le dedican literatura, poemas al cráter de Corta Talaya. Nosotros producimos y fabricamos, pero no desde el apasionamiento por lo nuestro, como para dedicarle un título o un crédito cinematográfico. Lo más, unas conferencias y unas fiestas.

No puedo evitar sentir envidia por los amigos de Minas de Río Tinto, apegados a su historia, orgullosos de su tierra, partícipes de sus logros.


Noviembre de 2006


por  MANOLO OZÁEZ.

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