Diario
del capitán Gutiérrez
XII-IX-MDCCCXV
¡Choca
esa mano!
-
En cierta ocasión, invitamos al cabo Ramón a una cena en la
posada de Sebastián Arance. Acudieron a la cita Ramón y su señora,
Pedro, un amigo mío, junto a su mujer, mi esposa y yo mismo. Mi
amigo Pedro, un gran poeta y vecino de la lindera ciudad de Andújar,
sufría una dolencia en la mano derecha, de nacimiento, que le
impedía el uso de dicha extremidad. Allí permanecimos más de tres
horas, entre bromas, chascarrillos, anécdotas y comentarios sobre la
situación de nuestro país, y otras cuestiones transcendentes
-continuó su narración el
capitán Gutiérrez.
-
Bebimos abundante vino, comimos en cantidad excelentes viandas
preparadas por el mesonero, y fumamos en pipa hasta altas horas.
Aunque el cabo Ramón no conocía de antemano a mi amigo Pedro, la
velada les permitió afianzar una amistad que el tiempo demostró
sincera. Hasta ahí todo normal. Risas y más risas. Confesiones y
promesas de volver a reunirnos pronto en la ciudad de Andújar para
continuar la festiva jornada. Como digo, hasta ahí todo de lo más
normal. La anécdota ocurrió cuando nos despedíamos, momento en
que, al despedirnos en el umbral de la puerta, el cabo Ramón
extendió su mano derecha, para despedir al amigo Pedro, quien
le cedió su mano izquierda para ser estrechada. A esto, Ramón, que
tras más de tres horas no se había percatado de la deficiencia de
Pedro, le cogió la mano derecha para estrechársela, afirmando: “a
mi no me des la mano izquierda. Déjate de monsergas y damee tu mano
derecha”. Sorprendido, Pedro le respondió que no se la había dado
porque la tenía impedida -una pausa en el comentario, pues la
concurrencia quedaron igual de sorprendidos ante lo que el capitán
Gutiérrez les estaba narrando-.
-
En ese momento, todos caímos en el detalle de la acción, quedando
un tanto... como diría... no sé si la palabra exacta es
avergonzados, estupefactos, sorprendidos, boquiabiertos... no sé
cómo denominarlo. Si en aquel momento era mejor reirnos de nosotros
mismos o echarnos a llorar. Lo cierto es que Ramón Montañés, en
ese mismo instante, aunque evidentemente tarde, se dio cuenta de lo
ocurrido y pidiendo perdón se excusó argumentando su ignorancia.
Pedro, persona abierta y de gran cultura, tomó el asunto a chanza y
la anécdota quedó solo en eso, en una anécdota más de las que le
acontecían a Ramón.
-
De vuelta a la posada, no pudimos evitar comentar lo ocurrido, y
convenir en que Ramón es un ser peculiar que atrae, como fuerza del
universo, las situaciones más inverosímiles y divertidas, para
acabar riéndonos de nosotros mismos.
El
capitán O. Gutiérrez
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