sábado, 19 de agosto de 2017

Artículo de Manolo Ozáez para el número 121 de BAILÉN INFORMATIVO

Diario del capitán Gutiérrez

XII-IX-MDCCCXV

¡Choca esa mano!


- En cierta ocasión, invitamos al cabo Ramón a una cena en la posada de Sebastián Arance. Acudieron a la cita Ramón y su señora, Pedro, un amigo mío, junto a su mujer, mi esposa y yo mismo. Mi amigo Pedro, un gran poeta y vecino de la lindera ciudad de Andújar, sufría una dolencia en la mano derecha, de nacimiento, que le impedía el uso de dicha extremidad. Allí permanecimos más de tres horas, entre bromas, chascarrillos, anécdotas y comentarios sobre la situación de nuestro país, y otras cuestiones transcendentes -continuó su narración el capitán Gutiérrez.

- Bebimos abundante vino, comimos en cantidad excelentes viandas preparadas por el mesonero, y fumamos en pipa hasta altas horas. Aunque el cabo Ramón no conocía de antemano a mi amigo Pedro, la velada les permitió afianzar una amistad que el tiempo demostró sincera. Hasta ahí todo normal. Risas y más risas. Confesiones y promesas de volver a reunirnos pronto en la ciudad de Andújar para continuar la festiva jornada. Como digo, hasta ahí todo de lo más normal. La anécdota ocurrió cuando nos despedíamos, momento en que, al despedirnos en el umbral de la puerta, el cabo Ramón extendió su mano derecha, para despedir al amigo Pedro, quien le cedió su mano izquierda para ser estrechada. A esto, Ramón, que tras más de tres horas no se había percatado de la deficiencia de Pedro, le cogió la mano derecha para estrechársela, afirmando: “a mi no me des la mano izquierda. Déjate de monsergas y damee tu mano derecha”. Sorprendido, Pedro le respondió que no se la había dado porque la tenía impedida -una pausa en el comentario, pues la concurrencia quedaron igual de sorprendidos ante lo que el capitán Gutiérrez les estaba narrando-.

- En ese momento, todos caímos en el detalle de la acción, quedando un tanto... como diría... no sé si la palabra exacta es avergonzados, estupefactos, sorprendidos, boquiabiertos... no sé cómo denominarlo. Si en aquel momento era mejor reirnos de nosotros mismos o echarnos a llorar. Lo cierto es que Ramón Montañés, en ese mismo instante, aunque evidentemente tarde, se dio cuenta de lo ocurrido y pidiendo perdón se excusó argumentando su ignorancia. Pedro, persona abierta y de gran cultura, tomó el asunto a chanza y la anécdota quedó solo en eso, en una anécdota más de las que le acontecían a Ramón.

- De vuelta a la posada, no pudimos evitar comentar lo ocurrido, y convenir en que Ramón es un ser peculiar que atrae, como fuerza del universo, las situaciones más inverosímiles y divertidas, para acabar riéndonos de nosotros mismos.



El capitán O. Gutiérrez

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