Número 121 de
BAILÉN INFORMATIVO
Diario
del capitán Gutiérrez
XIV-VI-MDCCCXV
¡Abajo
los franceses!
Al calor del fuego del
campamento, en las estribaciones de Sierra Morena, mientras
vigilábamos los caminos por los que transitaban las diligencias de
viajeros, y las caravanas de carretas que transportaban los productos
de un lugar a otro en esta España de bandoleros, los compañeros de
escuadra me sugirieron que narrara otra de las aventuras, como
ellos las denominaban, del cabo Ramón Montañés, que en esos
momentos se hallaba de permiso en Baylen, su ciudad natal.
He de confesar que al cabo
Ramón Montañés no le importaba que narráramos esas sus divertidas
aventuras, pues en ningún caso era mi intención, o intención del
resto de sus compañeros, reirnos de sus ocurrencias. Él era
consciente de que aquellas anécdotas resultaban divertidas y
curiosas para el resto de los mortales, y que, en momentos como
estos, en los que la soledad de una patrulla nos atrapaba, incluso
resultaban convenientes para elevar la moral de la tropa, de ahí que
era tácito su consentimiento.
-
Corría el mes de abril de MDXXXVIII. Todavía no se habían
desencadenado los terribles acontecimientos que asolaron nuestra
península, a raiz de que los franceses, entonces nuestros aliados,
intentaran ocuparla por la fuerza. En la villa pacense de La
Albuera, compartía nuestro batallón de la Artillería Real de
Sevilla, maniobras y destino con varias unidades de la caballería e
infantería del exercito del emperador Napoleón. Entre
la soldadesca española, corría el rumor de que la paz y
tranquilidad de que disfrutábamos era ficticia, que esa situación
en cualquier momento podría romperse, pues en toda Europa era
conocida la ambición de “petit empereur” Bonaparte, de hacerse
con el control de los Estados enemigos, pero también de las naciones
aliadas, y en España, en aquellos tiempos eran públicas y notorias
las desavenencias entre los miembros de la familia real. El rey
Carlos IV era un pelele en manos de la reina Maria Luisa de
Parma y del que se decía su amante, el valido Manuel
Godoy. Y estos a su vez estaban enfrentados al príncipe
Fernando VII, quien seguía los insanos consejos de los arribistas.
Nada más lejos de la
realidad que daros una lección de historia de España, pero creo que
es fundamental establecer el marco temporal de los hechos y de la
situación que vivíamos antes del fatídico Dos de Mayo, pues de lo
contrario, las generaciones futuras no accederían a entender la
grandeza de esta nación, y los sacrificios que sufrimos desde el año
MDCCCVIII de nuestro Señor al MDCCCXIV, y deuda en vidas humanas que
tuvimos que pagar.
-
En la villa de La Albuera, próxima a la frontera con
Portugal, llevábamos al menos veinte días en comunión militar con
los franceses, pues como aliados contra la pérfida Inglaterra,
vigilábamos la delgada línea divisoria entre España y Portugal,
país este aliado natural de Inglaterra, por lo que nos sentíamos
amenazados en nuestro propio territorio. Todas las mañanas
compartíamos simulaciones de enfrentamientos y batallas entre uno y
otro bando, preparándonos para una posible invasión de los casacas
rojas. Cierto día, a la pieza de artillería a mi mando, nos
encomendaron formar como parte del exercito francés, a quien le
faltaban piezas de artillería. Como quiera que me sobraba personal,
decidí encomendar la importante misión de custodiar la bandera del
Regimiento francés, al cabo Ramón Montañés, y así procurarle
cierta libertad de movimientos entre las tropas.
-
En el fragor de la simulación de la posible batalla, encendiose el
cabo Ramón e, izándose sobre el tubo de la pieza de artilería,
comenzó a ondear “nuestra bandera”, en este caso la francesa
tricolor, al desgarrado grito de ¡abajo los franceses, fuera los
gabachos! Ante la situación actué rápido y contundente,
dirigiéndome hacia el cabo Ramón y susurrándole al oido: “Pero
Montañés, ¿no te das cuenta que formamos parte del bando francés?
En ese instante cayó en la cuenta de su error y, acto seguido,
ondeando de nuevo la bandera francesa comenzó a gritar “¡abajo
los ingleses, fuera los británicos!, con
lo que quedó deshecho el entuerto, o al menos eso quisimos todos
pensar, pues las miradas desconfiadas de los franceses aún
permanecen en la retina de nuestros ojos.
Tras la narración de esta
nueva anécdota, los camaradas de armas estallaron en gritos de
júbilo. Unos, por la ocurrencia y gracia de la situación, que la
mayoría desconocían. Otros, por un desmesurado afán de
patriotismo, pues no olvidábamos que permanecía reciente en nuestra
memoria los largos de años de guerra y penuria que habíamos vivido
en España, y que sabíamos tardaríamos en olvidar, y ello a pesar
de la derrota de Napoleón en Waterloo, que había devuelto el poder
a los antiguos regímenes europeos, algo que otros, los llamados
afrancesados, aún lamentaban a escondidas y en silencio.
El capitán O.
Gutiérrez
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