sábado, 19 de noviembre de 2011

A pecho descubierto. Artículo inédito de Manolo Ozáez

Buenos días amigos. En ocasiones convertimos en desastre personal la eliminación de Rafa Nadal en un Máster 1000, o la escasez de medallas de la selección española de atletismo en un Europeo al aire libre. A menudo, al contrario de lo que dices, pero de acuerdo con lo que piensas, la derrota de tu Madrid o de tu Barça monopoliza durante una semana tus conversaciones, tu estado de ánimo, recorriendo el veneno de la estupidez tus vasos capilares en dirección a la mala leche que pretendías sin éxito esconder al resto de los mortales. Pienso que no es una catástrofe que la selección de baloncesto pierda un partido amistoso con Grecia en el infierno deportivo de Atenas, o que se pierda por un pírrico 1-0 con Inglaterra, a fútbol, en el mítico Wembley a pesar de haber dominado durante 90 minutos. Pero es que tampoco es un infortunio personal que tu Partido, el PP, perdiera las elecciones del 20-N. De todas formas, si tu partido es el PSOE, date por perdido, aunque tampoco tendrás que tomártelo como un fracaso propio, o tal vez varapalo, pues los errores cometidos o silenciados no surgieron de tu bolsillo, acaso.


Tal vez se nos subió el éxito y el oropel a la cabeza, nos creíamos dioses y dueños de las incontrolables fuerzas de la naturaleza, y devenimos en seres hechos de mantequilla que, derretida, mostró el auténtico semblante de la bestia, la endeble estructura de nuestros valores. ¡No! No es ninguna tragedia quedar segundo en el Gran Premio de Abu Dabi, acabar quinto en el Campeonato del Mundo de Ciclismo de Fondo en Carretera, que nuestro venerado club de fútbol quede segundo en la Liga de las Estrellas, como tampoco es un drama, un accidente que nuestro hijo haya perdido un partido en el patio del Colegio en la hora del recreo. ¿A qué sufrir o angustiarse con tales vicisitudes, cuando tenemos en juego conceptos que, aún desapercibidos, articulan las verdaderas razones de nuestras existencias? Aunque ello tendrás que descubrirlo por ti mismo, sin ayudas, sin artificios, sin mentiras, a pecho descubierto, como hubiera dicho mi padre en uno de sus lúcidos momentos.

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