Buenos días. ¿Me lo dices o me lo cuentas? Hace apenas dos días, el impresentable de turno que en todos los lugares los hay, vociferaba acerca de las bondades de la antigua dictadura franquista, en un intento de ensalzarla sobre el actual sistema democrático en el que vivimos. Cierto es que aún sufre de mil y una imperfección, que sus aristas son cortantes, máximo cuando alguna sentencia del Supremo o del Constitucional, no nos place, o tal vez podríamos decir, no se ajusta a nuestro criterio. Pero eso, maldita sea, no puede presentarse como un triunfo de la depravación y la inmoralidad, no puede achacarse a errores de funcionamiento, pues así quedan establecidas las reglas del juego democrático, nos gusten o no nos gusten, perdamos o ganemos, triunfe nuestro partido o nuestros postulados, o por el contrario, se alce con la gloria nuestro enemigo más enconado, trátese de grupo político, ciudad, región o equipo de fútbol. Por ello, cuando el impresentable de turno, voceaba en el desierto del desprecio, clamando por la vuelta de un régimen que, a años luz, nadie reclama como suyo, y nadie defiende como válido o provechoso, personajes repugnantes de cuentos depravados, no hacen más que afianzar nuestras creencias en el poder de la palabra, en la equidad de la justicia, aunque no nos gusten sus fallos, que es igual que veredictos. Voltaire pronunció aquella famosa frase de nuestro imaginario, que yo ahora suscribo: “No comparto tus ideas, pero daría mi vida para defender tu derecho a expresarlas”. ¿Harías tú lo mismo por mí?
Manolo Ozáez
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