Buenos días amigos. Reconozco que hoy ando un tanto mosqueado con un asunto que me ronda y me tortura en mis pensamientos más profundos. Acabé de leer hace apenas un mes la novela de Ken Follet, “La caída de los gigantes”, que como sabrán trata de los inicios y desarrollo de la 1ª Guerra Mundial, dibujada con gran maestría por el autor galés. Tras un paréntesis en el género literario, disfruté de varios ensayos de carácter histórico y algunas que otras novelas cortas de autores japoneses y escandinavos para, a continuación sumergirme de lleno en la odisea de la 2ª Guerra Mundial, de la mano de Julia Navarro y su obra “Dime quién soy”, con un breve paso por su antesala, la Guerra Civil Española y sus prolegómenos históricos encarnados en la familia de Amelia Garayoa, una especie de joven Mata Hari española que recorrió más de medio mundo, y que no fue ajena a la pasión y al amor, como tampoco a la miseria de las consecuencias y efectos de una atroz guerra. Estoy mosca, digo, y la razón es que me persigue, sin yo quererlo, y sin que sea mi primordial deseo, las terribles imágenes y descripciones de episodios de los que deberíamos abominar cualquier ser humano. Los miércoles desde hace bastantes semanas, en la 2 de Televisión Española, sigo con devoción cronológica, pues me persigue, los documentales denominados “APOCALIPSIS. La 2ª Guerra Mundial”, de imágenes coloreadas, que reconozco me cautivan a la vez que me escandalizan por las atrocidades que nos presentan. Ahora resulta que mi hija me pide que le ayude en un trabajo para el Instituto, que versa, ¡asómbrense!, de historias y personajes de la 2ª Guerra Mundial. Comprenderán que no puedo evitar un deje de sospecha por los acontecimientos. ¿Presagio?, ¿necesidad de un análisis personal profundo?, ¿aviso, precaución, señal divina?, ¿o simplemente que poseo una mente retorcida? No obstante, como buen jugador, me he permitido la extravagancia de admitir apuestas acerca del resultado de unos sueños que soñé despierto.
Manolo Ozáez
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