Buenos días tengan ustedes. ¿Han entrado últimamente en una entidad bancaria?, seguro que sí, pues nos hemos hecho el cuerpo a no vivir sin su asfixiante presencia. ¿Han salido de sus dependencias, apenas a los cinco o diez minutos, con cara de gilipollas -iba a decir con cara de póker, pero me ha salido el taco del alma- porque íbamos a quejarnos de una comisión abusiva, de un cargo indebido, de un gasto excesivo, y al rato, como si nada, nos echan de buenas formas -¡allá lo llevas!- sin devolvernos ni un duro, convencidos de que nos han estafado, con cara de imbécil -por decirlo más suave- y además, por hablar, nos han cargado una nueva comisión que se les había olvidado sustraernos. Con esa cara de circunstancias, los labios engullidos, la mirada perdida, la piel erizada, y una diarrema mental como si nos dijéramos a nosotros mismos, "nos habrán tomado estos por tontos". Pues que otra cosa puede ser que nos han tomado a treinta millones de españoles por tontos. Compruébelo. Hágase la prueba del alcohol. No te dan ni un préstamo, al contrario de otra etapa en la que te metían los créditos hasta por los ojos, aunque no los necesitaras. Pero es que, a pesar de que se supone sigues siendo cliente de ellos, no te atienden ni un miserable recibo de la compañía del agua por estar falto de saldo, aún a sabiendas de que en el breve período de dos días recibirás tus periódicos ingresos, salvo que el mundo se hunda y nos pille debajo. Por si eso fuera poco, que no lo es, resulta que presentan sus balances y cuentas de resultados, y hete aquí que han superado con creces los beneficios de años anteriores; ¿cómo se te queda el cuerpo? Te dejo una breve pausa para que lo pienses. (Pausa)
Pues así se me quedó a mi la cara, con gesto inequívoco de póker, por no decir de gilipollas.
por Manolo Ozáez