Para este largo puente de diciembre hemos enviado al redactor
Miguel Ángel Perea Monje a la hermosa ciudad de Lisboa, probablemente una de
las ciudades más estimulantes de Europa para estas fechas de Navidad. La
capital lisboeta se engalana con sus mejores ropas cada invierno, preparándose
para el aluvión de visitantes que recibe habitualmente, magnetizados por la
fuerza de su historia, su urbanismo y su enclave privilegiado en la
impresionante desembocadura del Tajo -impresionante por la anchura que toma en
su recorrido por Lisboa y la mansedad de sus aguas ya saladas por la proximidad
del Atlántico. Y es que en dicho punto ya no se sabe con exactitud si nos encontramos
con un caudaloso río o un benigno mar. En sus orillas la Torre de Belém, que
antes eran dos y de las que las aguas, en su momento turbulentas, sepultaron
una. También nos encontramos el enorme monumento a los descubridores en un
paseo digno de visitar y frente al Monasterio de los Jerónimos, al que se
accede a través de unos jardines dignos del mejor Versalles, en el que
predominan las formas rectas y definidas y el refrescante aroma de sus aguas.
El Monasterio, de estilo manuelista, con profusión de elementos góticos y
renacentistas, dedicado a la vuelta triunfal de Vasco de Gama a Portugal, fue
mandado erigir por el rey Manuel I de Portugal, destacando en él su hermoso
claustro. Reposan entre sus piedras los restos de la mayoría de los reyes de Portugal,
del propio Vasco de Gama, el escritor Fernando Pessoa y el poeta Luís de
Camöes, entre otros ilustres portugueses.
No te pierdas, que no te la perderás, porque es visita
obligada y fotografía delatora de tu estancia en la capital portuguesa, la Plaza
del Comercio, donde encontrarás uno de los árboles -artificiales- más altos
iluminados para la Navidad. En dicha plaza te fotografiarás, a buen seguro, con
el fondo del Arco de la calle o avenida de Augusto, una de las calles que más
me gustaba recorrer habitualmente, repleta de comercios, tiendas y vida, mucha
vida, junto al panorámico ascensor que te eleva hasta el Barrio Alto donde
disfrutarás de la Lisboa castiza y antigua, la auténtica. Recorriendo la Rua
Augusta llegarás -si la memoria no me falla- a la plaza del Rocío.
No dejes de montarte en el Metro, y sacar el billete para
todos los transportes públicos, como son los tranvías antiguos y los modernos,
el propio metro, los autobuses panorámicos y los buses generales. Con todos
estos medios de transporte te podrás mover, sin riesgo de perderte o
equivocarte, por toda Lisboa y alrededores, guiándote por los planos que te
facilitarán al adquirir los bonos. El castillo de San Jorge, con las excelentes
vistas de la desembocadura del Tajo y de toda la ciudad, la típica foto junto a
sus cañones -me surge la vena artillera, lo siento-. E imprescindible sus
paseos por las empedradas calles de los barrios altos, con elevadas cuestas,
pero donde te encontrarás en cada esquina una ermita del siglo XV, una catedral,
una iglesia del siglo XVI ó XVII, la constante figura del Marqués de Pombal, y,
en definitiva, una ciudad llena de vida y con sabor añejo a gran metrópoli,
algo anquilosada en el pasado, pero que está resurgiendo de entre las cenizas
en que un día se sumió la ciudad, literal y realmente hablando, pues un enorme
terremoto en 1755 provocó la práctica destrucción de la ciudad y la muerte de
más de 10.000 de sus entonces 180.000 habitantes, continuándose con el pillaje
y los incendios posteriores al terremoto.
Saborea el excelente café de Lisboa en cualquiera de sus
especializadas cafeterías-pastelerías. No solo el café es exquisito, piensa que
está en la antigua metrópoli de un país colonialista de América, las Indias y
África, donde se daban las mejores especias, y con las que mantiene buenos
contactos comerciales y sentimentales. Yo me tomé uno en la terraza de una de
estas cafeterías especializadas, en un día laborable, que aquí en España era el
Día de la Constitución, como ahora, pero allí no era fiesta; abierta la
iluminación de la Navidad, con un frío soportable y una niebla insinuante que
impregna habitualmente la ciudad de magia. No me lo tomé, lo saboreé, lo
paladeé. Unos pidieron churros, otros tortas, productos de confitería de la
zona que aún hoy recuerdo en mi paladar, pues en aquel entonces me resultaron
de una elevada calidad y a precios muy asequibles.
Allí hemos mandado a Miguel Ángel Perea, a Male Pulido, a
Luis y a María Dolores, para que redacten el correspondiente informe del viaje
y nos lo remitan para el próximo Bailén Informativo que está pronto a aparecer.
Es casi imposible indicaros todos los lugares que nos encandilaron, o las
anécdotas que vivimos, como que nos perdimos con el coche en las proximidades
del estadio del Sporting de Lisboa, que surcamos ambos puentes sobre el
infinito Tajo, que nos encontramos con la caravana de seguidores en un partido
entre el Manchester United y el Benfica, que en el mismo hotel que nos
alojábamos, el Sanna Metropolitan Hotel, junto al aeropuerto de Lisboa,
saludamos a Radomir Antic, que entonces entrenaba a un equipo portugués, y
aunque en su biografía no encuentro el nombre del equipo, sé que
aproximadamente por el año 2004/2005 entrenaba a un equipo luso tras su paso
por el Celta y antes de hacerse cargo de la selección de Serbia.
Le aconsejé a Miguel Ángel que no dejara de visitar Sintra, y
acceder al Palacio Nacional, cargado de historia, al Palacio y Quinta
Regaleira, que aunque no he visitado personalmente, amigos me han hablado de
ella como espectacular -la he dejado anotada para el próximo viaje a Portugal-;
el Palacio de la Peña, el Museo de Arte Moderno, con cuadros de los mejores
pintores de la era actual, incluido Picasso, Miró o Andy Warhol. Y, que a mí me
fascinó, un museo privado del juguete, con miles, miles, miles de artilugios
infantiles de todas las épocas, maquetas, una maravillosa -suspiro por volverla
a ver, ¡ay!- colección de soldados en plomo de todas las épocas, incluida la
napoleónica, y sobre todo las referidas a la Segunda Guerra Mundial; un Ferrari
de la Formula I, construido con piezas de Lego, a tamaño natural. Todo ello
distribuido en, recuerdo, tres o cuatro plantas de un edificio singular.
¿No has visitado todavía Lisboa y sus alrededores? ¿Qué
esperas? Es visita obligada, que has de anotar en la agenda fundamental de tu
vida, al igual que otras ciudades como París, Roma, Venecia, Londres, Moscú o
New York, por decir unas pocas, y sin obviar las monumentales ciudades
españolas que necesariamente hemos de conocer -sobre todo La Coruña, por un
apego especial de amistad con sus gentes-.
Y una última reflexión sociopolítica: estoy con el Nobel José
Saramago hasta la muerte, cuando dice
que Portugal y España deberían pensar seriamente la posibilidad de unirse
territorial y políticamente, pero no por absorción o integración de una en
otra, sino a un nivel de igualdad, creando una única nación, que podría
denominarse IBERIA, o como sus señorías diputados de ambos países estimen
conveniente. No es asunto baladí, y deberíamos de empezar a plantearlo como
algo no ya solo importante, sino necesario. Son más los asuntos que nos unen
que los que nos separan. Por ejemplo: compartimos un mismo espacio en la
península ibérica, extensas fronteras, las aguas de nuestros ríos, cordilleras,
estribaciones y llanuras, por no decir mares. Somos hijos de una misma cultura
ancestral, que por avatares de guerras fratricidas y de linajes egoistas y
usureros, nos separaron, dividiéndonos con un muro vergonzoso, pero que resulta
imaginario. No es precisamente un obstáculo el idioma, precisamente en España
conviven otras lenguas, idiomas, dialectos, formas, en total armonía, a pesar
de que algunos lo entiendan como divisores. Yo al menos no lo veo así, sino
como parte de una cultura amplia que disfrutamos y que nos enriquece. El
portugués es un idioma perfectamente entendible para nuestra capacidad, como es
el castellano o gallego para los portugueses. Somos ambas razas de ascendencia
latina, con influencias de todas las culturas que han poblado Iberia, como la
romana, la visigoda, la de Cartago Nova, la árabe, y hoy, las influencias
sudamericanas y africanas. Y aunque durante cientos de años hemos vivido de
espaldas unos a los otros, ignorándonos, no podíamos evitar una mirada hacia
atrás para conocer en todo momento donde se encontraban los otros, que nunca vimos como
los otros sino como una parte del conjunto.
Hoy nos invaden y les invadimos con bancos, comercios,
multinacionales, con el arte y con la cultura. Nos encontramos en los selectos
foros europeistas defendiendo proyectos conjuntos, en el espacio sudamericano
en los que nos ven a ambas como la madre patria, a pesar del expolio que en
mayor o menor medida realizaron nuestros antepasados en aquellas tierras, pero
que otros soslayaron y subsanaron con políticas de progreso y civilización
justa, ofreciéndoles nuestra ayuda desinteresada en numerosas ocasiones.
Reflexiona y piensa, ¿qué perjuicios podría ocasionarnos? y,
por el contrario, ¿qué beneficios podría proporcionarnos a ambas naciones el
fusionarnos en una sola idea y en un solo Estado? Precisamente en unos momentos
en los cuales algunos individuos, anquilosados en un pasado superado ampliamente,
cuestionan los límites de la nación y sus fronteras, defendiendo una arcaica
idea de nacionalismo caduco y pasado de fecha, el hecho de la integración y la
fusión en un solo Estado, vendría a demostrarnos que lo actual, que lo moderno,
que el espíritu contemporáneo aboga por la unidad de los pueblos y no por su
separación y división, que en definitiva es la idea de una Europa fuerte y
competitiva. Siempre me he preguntado, al respecto del debate que se produce
sobre la independencia de Cataluña, País Vasco, y de otras regiones, ¿qué
sentido tiene el separarse para posteriormente volvernos a integrar en otra
suerte de Estado o Instituciones facilitadoras de la integración y la unidad en
defensa de los intereses comunes? Quién lo sabe que me lo diga, pues yo, desde
mi torpeza intelectual, todavía no lo vislumbro.
A título personal, me gustaría ser descendiente de un bello
episodio de su historia que siempre me fascinó, cual es La Revolución de los
Claveles.
por Manuel Nicolás Ozáez Gutiérrez
Bailén, a 5 de diciembre de
2009.