Un rebelde amaestrado
Muchos de los que ya no cumpliremos los sesenta seguimos llevando un rebelde dentro convenientemente amaestrado. En aquellos años de finales de la dictadura franquista y en la llamada Transición la ilusión se pesaba por tonelada e íbamos a los conciertos con la boca llena de la palabra libertad. Con aquellos representantes de la canción protesta (Paco Ibáñez, Luis Pastor, Pablo Guerrero, Elisa Serna, Víctor Jara…) aprendimos que llegaría el momento en que tendría que llover a cántaros, que había que galopar hasta enterrarlos en la mar, que la poesía era un arma cargada de futuro y que si tu pareja te engañaba lo mejor era darle la tabarra a un amigo recitándoles versos de Blas de Otero, León Felipe o Gabriel Celaya. Odiábamos el capitalismo, la sociedad de consumo y la sexta flota americana. Dibujábamos de un solo trazo la paloma de Picasso, comíamos bocadillos de calamares en bares cutres y éramos capaces de dormir en un saco lleno de mugre. Y sufríamos mucho cuando veíamos una injusticia social o que se le recortaba a cualquier ciudadano del mundo su derecho a decidir o protestar.
Hoy quién más y quien menos de aquellos espiritualistas que fumaban canutos oyendo a Janis Joplin o Bob Dylan, tiene un bemeuve en el garaje y un piso en la playa. Muchos de aquellos que íbamos a manifestarnos a favor de los obreros oprimidos, ahora callamos antes miles de casos de explotación laboral que se dan en las empresas. Hay más esclavismo laboral que nunca. Muchos de aquellos que queríamos que el mundo se parara porque queríamos apearnos, ahora nos escandalizamos cuando vemos un grupo de jóvenes con flequillo recortado y con rastas ocupando los escaños del congreso y que quieren acabar con los golfos y los chorizos en los partidos. Y todo porque no nos acordamos que una vez nosotros pedimos algo parecido.
A pesar de todo no debemos de sentir vergüenza porque una vez creímos que podríamos cambiar el mundo. Tal vez fuimos engañados o demasiados ingenuos. Yo, personalmente, hoy me conformo con mirarme al espejo y ver que soy una persona normal, que trato de no hacer mal a nadie y que en mi parte más noble duerme esa gran frustración de una persona que está viendo que se han perdido todos los derechos laborales, que la política se ha convertido en un reducto de corruptos y que los líderes no se ponen de acuerdo porque están más preocupados por lo que pasará en sus respectivos partidos que por el bien de un país que les reclama más seriedad. Y sufro por todo ello, pero ya solo lo necesario porque siempre tengo presente que fui un rebelde que el tiempo ha amaestrado.
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