Cuando niños, mocosos de los que colgaban dos velas,
Apenas dos palmos del suelo, un pañal de tela de quita y pon;
Ruidos en la habitación donde las literas
Miraban al cielo de un techo con el que chocaban las cabezas.
Entretenía nuestras noches con su voz y su abrazo.
Ni siquiera el sueño, nuestros llantos o pesadillas la asustaban.
Guardia del día y de la noche de siete almas en rebeldía:
Una, la mayor, exiliada. El otro, un guerrero adiestrado. El
Tercero, con gafas, el poeta de voz rota y cortada.
Idénticos no fueron los siguientes, ni siquiera parecidos,
Enfrentados por el carricoche, la ducha o la cama.
Recién salida de cuentas otros dos se presentaron,
Recibidos como lo que siempre han sido, los pequeños
En quienes sus padres proyectaron sus sueños en
Zonas que no pudieron por mor de la vida ser disfrutadas.
Hoy es otro siglo, otra vida, otras ciudades, otras familias.
En cada casa se respira el calor de los hijos, 18,
Resquicios de aquellos otros que un día decidieron
No dar la partida por perdida, sino luchar.
A menudos fatigados, deshechos, destrozados,
Nunca vencidos, jamás desarbolados.
Desde nuestros ojos vimos crecer el mundo
En nuestro alrededor, tomados de la mano, sin
Zozobra, porque una madre vigilaba desde las sombras nuestros pasos.
Manolo Ozáez
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