Buenos días amigos. Hoy siento que respiro mejor, que mi corazón late más pausado y rítmico que de costumbre, que el canto de los periquitos es más alegre y polifónico, que la vecina del cuarto me ha sonreído de distinta forma al cruzarnos en la acera, que el policía municipal es más correcto que de costumbre, y que las noticias de los telediarios son menos escabrosas que hace apenas una semana, ¿será consecuencia del efecto abandono de las armas por parte de ETA? Seguramente en estos últimos días, cuarenta millones de españoles nos estrechamos las manos felicitándonos por el logro de haber vencido a la banda terrorista que tanto daño ha hecho a este país, que tanto perjudicó la convivencia y la imagen de la propia Euskadi, que hizo peligrar por momentos la democracia y la concordia de los ciudadanos de bien. Seguramente otros miles de españoles estarán tristes y cabizbajos porque sus seres queridos, asesinados o mutilados por esa cruel banda de forajidos, no encontrarán motivos, pues nunca los hubo, para entender tanta barbarie, tal salvajismo sin sentido: ellos no estrecharán sus manos, nuestras manos, lo entendemos, ni se felicitarán por el logro de haberles vencido con las armas de la justicia y de la razón. Lo entendemos, pues no hay perdón, como tampoco hay olvido. No se deben olvidar a los miles de víctimas de ETA, asesinados y mutilados. En cambio sí debemos de pasar página, avanzar, recorrer junto a las víctimas el sendero que nos lleve a superar los estigmas de un pasado que nunca debió haberse escrito y que el paso del tiempo convertirá en cenizas esparcidas sobre un mar aún embravecido.
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