Buenos días. Creía el iluso de mi hijo que nos habíamos caído maduros de una encina, que siempre fuimos adultos, que nacimos con canas e incluso con claros síntomas de calvicie, que siempre fuimos así. Y peor aún, toda su generación, aquellos que ahora son adolescentes, creen, están convencidos de ellos, que siempre fuimos serios, que anduvimos desde tiempos inmemoriales preocupados y acontecidos con las notas escolares, con la estabilidad laboral, liados con hipotecas y mil letras consumistas, ¡los muy ilusos!. No imaginan que no hace mucho andábamos, como ellos, detrás de la vecina del primero, fumando en las esquinas, bebiendo en grupo, compartiendo lo prohibido; que nuestras preocupaciones se limitaban a administrar la paga para todo el fin de semana y organizar la feria más próxima, la mayor gamberrada. Amigos como Jacho se preocupaban de mantener la llama encendida, caliente la manada. Se creen estos mocosos del tres al cuarto que nacimos ayer, sin apenas vida, sin experiencias a las espaldas, como si fuéramos cuatro paletos que nunca rompimos un plato o quemáramos la baraja. No saben que vivimos muchos mayos en las barricadas, que recorrimos miles de kilómetros a lomos de vehículos y motocicletas que hoy reposan en desguaces, silenciados, pero que en su día llenaron de humo las carreteras por las que huíamos hacia lo desconocido. ¿Pero quienes se creen estos mocosos que fuimos?
por Manolo Ozáez
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