Buenos días. Desde luego, con el asunto del pepino, las
autoridades alemanas se lo han puesto a huevo a los humoristas españoles,
hastiados como estaban de los mismos temas recurrentes de siempre: la Belén
Esteban, el Paquirrín, los miembros del gobierno y algún que otro de la
oposición; o la voz gangosa de nuestro Rey para aquellos más radicales que se
suelen mofar de los defectos físicos de los ajenos, nunca de los propios. Mi
amigo del Ideal de Granada, Andrés Cárdenas, ya nos regaló una columna sobre
las propiedades curativas, diuréticas y eróticas del pepino; y cien humorista,
¿dónde irán? narran las aventuras y desventuras de la hortaliza española en su
periplo desde la costa mediterránea hasta el país teutón, cruzando media
Europa, como hicieran tantos miles de españoles en los años del hambre. Unos
con sorna e ironía, otros en serio, todo el mundo, como solemos, hablando de
las bondades del pepino, de su textura, de su sabor, de su tamaño. Ora en
broma, ora en serio, maldita la hora que una responsable sanitaria de nuestros
colegas alemanes nos pusieron en el dispararero de la cuarentena, pues
probablemente la alimentación era el único sector que hasta ahora se había
salvado de esta terrible crisis económica, y van y lo meten en el saco de las
desdichas. Seguramente un lepero nos enmendará la plana advirtiéndonos que no
todos pierden en esta crisis del pepino y del E.COLI, pues los humoristas y
contertulios de periódicos, televisiones y radios se frotan las manos: He aquí
un ejemplo.
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