Buenos días. Siento que hayamos estado desconectados al menos
dos semanas, pero mis obligaciones para con la Patria así me lo exigía, y
mientras vuesas mercedes laboraban en sus respectivas empresas, o engrosaban
las largas colas del desempleo rutinario; mientras recogíais las notas del
Curso de Bachillerato de vuestros hijos, o los boletines de Educación Primaria,
sufriendo los preparativos de las próximas vacaciones estivales, me veía subido
a un acorazado de nuestro Ejército, recorriendo los alambrados páramos de
Valladolid, descubriendo a nuestra moderna caballería de acero blindado, que
tan gloriosas gestas protagonizó en el pasado, -y no es una metáfora- y que en
el presente, a miles de kilómetros de nuestra geografía, en el sinuoso e
inhóspito Afganistán, o en el traicionero Líbano, siguen dejando sus vidas
para, unos dicen proteger las nuestras, y otros se preguntan, ¿qué carajo
hacemos allí? En cualquier caso, nuestro ejército, por cierto, la Institución
más valorada por todos los españoles, se limita a cumplir con el cometido que
se le ordena, y ¡a otra cosa, mariposa! -que los políticos discutan y se
peleen. Nosotros a lo nuestro. Ciertamente que muchos nos preguntamos ¿qué se
nos ha perdido en aquellas agrestes tierras donde dicen que se localizó el
paraíso terrenal que nos narra la Biblia? Qué lejos los afganos, qué lejos los
iraquíes, más aún los iraníes, de lo que las personas civilizadas y con cerebro
entendemos por edén. Cuán lejos la mayoría de los países árabes, antaños ricos
en cultura y en saber, de la idea de libertad y progreso que los ciudadanos
percibimos y exigimos a nuestros gobernantes.
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