Buenas
tardes. En estos días, todos los periodistas, columnistas, políticos y
ciudadanos, se han apuntado al carro de hablar sobre las próximas elecciones
autonómicas del domingo. Y yo, ¿qué
quieren que les diga? No albergo falsas esperanzas de que ningún partido
político, ni el PP, ni el PSOE, ni IU, ni los andalucistas, nos solucionen los
acuciantes problemas como son el empleo, la educación, la falta de crédito
bancario, la reducción en Sanidad, algunas que otras corruptelas y otros más que por extensos, no voy a
relacionar. Sí es cierto que tendremos que decidir hacia quien dirigimos
nuestro voto cautivo, si hacia corrientes neoliberales que traen el recorte
bajo la manga, o si mantener una línea de continuismo que no nos ofrece
excesivas soluciones, o un cambio radical en el modelo social que no deja de
ser una incertidumbre. Echo de menos en los programas electorales la falta de
propuestas concretas para acabar con esta irritante crisis que aún no sabemos
ni por donde nos ha venido, abundando en la superchería y la palabrería para decirnos:
“yo soy mejor que el otro”, cuando a todos los partidos, es decir, a todos, les
ha reventado en la cara los casos de corrupción y/o la mala gestión de las
cuentas y del dinero público. Pues sí,
estoy descontento, desanimado, hastiado, y, para colmo, tampoco es que el
carisma de los candidatos sea para tirar cohetes, pues es más de lo mismo.
Lo
único real es que ese día votaré, pero no me pidan que me defina, pues ya hace
tiempo que venimos los españolitos reivindicando las listas abiertas, en las
que cada uno marca la casilla de aquella persona que cree está más cualificada
para dirigir esta nave a la deriva, aún a riesgo de equivocarnos, pero ese es
nuestro derecho: el derecho a errar, y es ahí donde radica la auténtica base de
la democracia, y no el humo embotellado que nos venden y del cual ya no nos
creemos nada de nada.
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