Reconozco que siento debilidad por la literatura de Ken Follett. Me enganché tra leer hace años "Los pilares de la tierra". Sabía de que era una de las novelas más leídas, de ahí mis reticencias a cogerla entre mis manos, pues no siempre lo más vendido es lo mejor literariamente hablando.
Hace menos de un año, adquirí "La caída de los gigantes", y fue definitivo, pues, su expresión directa, sin artificios, enmarcada en una época, la 1ª Guerra Mundial, me cautivó, por la cantidad de datos que aporta y por la profundidad de las emociones que transmite.
La segunda novela de la trilogía "El Invierno del Mundo", ha sido la confirmación de ese maridaje entre lector y autor. Por ello, cuando llegué al párrafo "No obstante, todo el mundo tenía que morir, y su padre había dado la vida por el bien de un mundo mejor. Si hubiera habido más alemanes con su valor, los nazis no habrían triunfado. Ella quería emular todas sus acciones: criar bien a sus hijos, conseguir cambiar las coas en la política de su país, amar y ser amada. Y, sobre todo, al morir, quería que sus hijos pudieran decir, como decía ella de su padre, que su vida había significado algo y que el mundo era un lugar mejor gracias a ella.
El villancico tocó a su fin; Maud sostuvo la última nota (estaba tocando el piano) ; el pequeño Walli se echó hacia delante y sopló la vela", sentí una terrible tristeza, pues a pesar de sus casi 1.000 páginas, me parecieron unas escasas 100 páginas.
Ya estoy esperando que publique su tercera novela -y la cuarta, y la quinta...-.
El resto del texto, que antecede al que os he adelantado, tendréis que descubrirlo vosotros. Por cierto, no os he desvelado aspectos fundamentales de la novela. En primer lugar porque se trata de datos históricos que la novela, evidentemente, no puede alterar, pues son conocidos de todos. Y segundo, porque de este final no se desprende ningún dato esencial para entender la trama.
Manolo Ozáez
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