Aunque no era esa su primitiva intención, decidió el vagabundo a mitad de camino desde Guarromán ignorar la señal que indicaba el desvío hacía Linares, para continuar viaje hacia Bailén “entre olivares de color de plata, ceniza o de bronce viejo.
Y no cambió la ruta el vagabundo solo por el hecho de que su actual ocupación a nada le obligaba y eran solo su voluntad y el capricho del destino quienes marcaban su camino, sino al evocador recuerdo que a su memoria trajo la población que dio nombre a la batalla allí acontecida el diecinueve de julio de 1808 y a su vez al “Regimiento Bailén, nº 24” en el que el caminante con apenas veinte años sirvió durante la guerra civil, y a cuyos combatientes de uno y otro bando, se referiría en el prólogo de una de sus novelas de la siguiente manera “A los mozos del reemplazo del 37, todos perdedores de algo: de la vida, de la libertad, de la ilusión, de la esperanza, de la decencia”.
Pese a que mucho sufrió en la guerra, que casi perdió la vida alcanzado en la cabeza por la metralla de una granada de mano, era el vagabundo hombre optimista y feliz, por lo que el camino llano, un día espléndido y la hermosa localidad de Bailén en lontananza vinieron a disipar su pena, volviendo a esbozar una sonrisa, porque aún sin dinero alguno “la filosofía del vagabundo se apoya en la no necesidad de nada y el buen talante de aceptarla sin queja alguna”.
Era Bailén localidad importante de casi 11.000 habitantes, que ya con el nombre de Baécula citaba el Historiador Griego Políbio en sus tratados y en la que en el año 207 a. C. se celebró, en el contexto de la segunda guerra púnica, la batalla del mismo nombre entre romanos y cartagineses que supuso la derrota de estos últimos.
Y lo era también por ser obligado cruce de caminos, de culturas, civilizaciones, personas y mercancías especialmente desde que en 1761 Carlos III con su Real Orden de 10 de junio del citado año, creara entre otros el Camino Real de Andalucía que transcurría justo por donde ahora caminaba; Orden que constituiría base y fundamento de todas las carreteras de España tal y como aún hoy las conocemos.
Admiró el vagabundo la hermosa huerta salpicada de olivar y viñedos que a la localidad rodeaba en forma de verde manto y las nubes de humo blanco que provenientes de los hornos de ladrillos se desvanecían entre las canteras de los cerros de San Cristóbal, del Ahorcado o de la Cuesta la Muela.
Sabía el vagabundo que era Bailén ciudad de ceramistas donde desde antaño siempre se elaboraron lebrillos solo de barro primero y vidriados en miel después, utilizados para mil cometidos y que en su desarrollo devinieron en orzas más cerradas para conservar los alimentos y en cántaros en los que almacenar el agua, iguales al que la heroína bailenense María Bellido utilizara para saciar la sed de los soldados españoles el glorioso día de la batalla contra los franceses, haciendo que tan humilde utensilio pasara a formar parte desde entonces del escudo de la Villa de Bailén.
Accedió a la localidad el vagabundo por la calle Madrid, pareciéndole la ciudad hermosa y bien urbanizada, observando a su comienzo el letrero de una forja y a su mitad un cartel que en una de sus fachadas anunciaba la exhibición en el “Cine España” de una película del Oeste, lo que le hizo recordar que fue un bailenense D. Felipe de Neve quién en 1781 fundara la ciudad de los Ángeles en California, uno de cuyos barrios muchos años después sería “Holywood” la Meca del Cine.
Y andando, andando, menester este al que obligaba su profesión llegó el vagabundo a la Plaza del “Reloj” donde se encontraba ubicada la Casa Consistorial que Pascual Madoz ya citaba en su enciclopedia de 1846 “con cárcel en su piso bajo” y que luego compartiría dependencias con el puesto de la Guardia Civil desde su primer despliegue en la localidad durante 1854 hasta 1932 año en el que se construyera su nuevo acuartelamiento.
Sin dejar de visitar el exterior, pensó el vagabundo que –“la riqueza está a juego con lo que por fuera se ve”- de la cercana Iglesia de Nuestra Señora de la Ascensión construida en el siglo XV utilizando piedra de asperón rojo, y en la que admiró su portada atribuida al arquitecto Diego de Pesquera del que no supo decir su localidad de nacimiento. Recordando el viajero que con una piedra silicia o arcillosa parecida a la utilizada para la construcción de la Iglesia elaboró y registró Don Casto Hernández Hernández “el Jabonero”, el famoso jabón doméstico con el mismo nombre que la piedra “Asperón”.
Y como quiera que el andar y el contemplar abren el apetito, decidió el vagabundo hacer parada de abastecimiento y vino a hacerlo en uno de los veladores del Bar “El Majuelo” en la Plaza del General Castaños, que rodeada de naranjos y aún sin asfaltar le pareció muy hermosa y en cuyo centro observó se encontraba ubicada una estatua, apuntándole discreto un camarero que de forma pulcra y para evitar el polvo regaba el terrizo, se trataba de una representación neoclásica de la Diosa Iberia, que allá por 1862 en su visita a Bailén regalara a sus habitantes la Reina Isabel II, obligando además su Majestad, manifestó orgulloso con lágrimas en los ojos, a que todas las ciudades importantes de España dispusiesen en su callejero de una, con el nombre de la localidad donde ahora se encontraban… Bailén.
Pidió el vagabundo consejo al versado camarero sobre la especialidad de la casa, a lo que cesando el riego, previo profesional análisis del viajero y en especial de su deteriorada vestimenta y calzado, contestó ceremonioso y sin dudar - un par de buenos “chatos” de vino de mesa de Bailén y de cuenta de la casa- continuó diciendo -una “tapa” de “Guiñapos” con pescado y almejas recién hechos en nuestra cocina-. Agradeció el vagabundo la perspicacia del camarero tocándose el bolsillo, para después degustar el vino, que le dijo estaba elaborado con uva autóctona de la zona y que le pareció exquisito al igual que los guiñapos.Mientras, el solícito sirviente continuó contándole que pese al nombre de la plaza, todos los bailenenses lo conocían como el “Paseo “dado que era costumbre pasear dando vueltas en rededor de la plaza hasta el momento en que a cada cual venía en gana.
Y como el vagabundo se sentía feliz hablando con quien se tropezaba, agradeció vivamente al camarero su servicio, generosidad e información; prometiéndole haría fiel reseña de ello en su próximo libro, cosa que como verán los lectores sin esfuerzo así hizo; que en Jaén “siempre se recibe bien al que llega con el corazón abierto”.
Y justo cuando paseaba por la calle Real que venía a unir la Plaza del Reloj y la del Paseo y en la que existía fino y buen comercio que daba gusto de ver como el Estudio de Fotografía de “García Verdejo”, se le acercó una niña menuda de enmarañado pelo negro como la noche y ojos del color de la verde rama.
La niña, que el vagabundo no podía saber era nieta de “Minchares” gitano de “forja y luna”, fino herrero que con singular habilidad ejercía su profesión en la calle Madrid, le cogió suavemente la mano, para con una voz dulce como el murmullo del arroyo, decirle así después de leer las líneas del destino –entre reyes y emperadores allá en el frio norte, recibirá el más grande premio a las letras- y cuando el viajero riendo intentó hablar, la niña con elegancia lo hizo callar para acabar diciéndole- pero sin que intervenga la parca, no finalizará su vida junto a la mujer que ahora ama-.
Sorprendido por el augurio, intentó el vagabundo obsequiarla con las pocas monedas que en el bolsillo llevaba, sin que la niña en modo alguno lo consintiera, para después de acariciar suavemente la mano que había leído, desvanecerse como la niebla en el mar, dejando al duro viajero empapado de una paz y una quietud, que transcurridos los años, solo de nuevo sentiría, al cumplirse palabra por palabra lo profetizado.
Y continuó su camino el viajero, encaminándose a la calle Sevilla, donde ejercía su profesión con singular acierto el gestor administrativo, “agente de negocios” o “solicitador” como llamaban antes a su profesión, D. Manuel Ozáez, amigo mutuo del giennense Lorenzo Goñi dibujante y pintor que ya hacía años había ilustrado el relato del vagabundo “Pabellón de Reposo” y que este consideró siempre “el mejor intérprete gráfico de sus escritos,” que había insistido al vagabundo, visitase al mentado Gestor durante su visita a Bailén.
Y entusiasmado quedó Ozáez al reconocerlo- Don Camilo, Don Camilo- exclamó emocionado, que por aquel entonces ya había más que leído devorado las obras del vagabundo la “Familia de Pascual Duarte” en una primera edición de 1942 de la editorial Aldecoa que poseía y “La Colmena” que no pudo ser publicada hasta 1955 por imposición de la censura y que ninguno de los dos Gestor y Vagabundo podían saber sería llevada con singular éxito al cine en 1982 por el Director Mario Camus y en la que el vagabundo, que no era otro que Camilo José Cela participaría como guionista y actor.
Y como quiera que se aproximara ya la hora de la comida, quedaron en el mismo sitio media hora después, lo que aprovechó el Vagabundo para visitar la calle de “Benito Pérez Galdós” por eso de que la cuarta novela de la primera serie de sus “Episodios Nacionales” con el nombre de “ Bailén” estuviera íntegramente dedicado a la antes aludida batalla de y de que en la citada calle se encontrara ubicada la pequeña Ermita de la “Limpia y Pura” donde descansara el cadáver del General francés Dupré caído en la Batalla.
Aprovechando entre tanto Manuel Ozáez para por teléfono citar a sus amigos Miguel Ángel Perea avispado y sesudo profesor en el recién inaugurado Instituto de la localidad y el maestro ceramista Troyano con los que compartía múltiples aficiones e inquietudes intelectuales.
Fruto de esa inquietud habían creado la “Asociación Cultural Caecilia” que solo a base de su esfuerzo personal venía a canalizar buena parte de la cultura bailenense con la celebración de charlas, conferencias, foros de opinión etc. y la publicación de una revista mensual casi siempre con fondos de su propio bolsillo con el nombre de “Bailén informativo”, en la que tenía acomodo todo lo que de interés acontecía en la localidad.
Actividades de la Asociación que tenían su colofón con la entrega anual de los premios “Caecilia” en sus distintas modalidades y el correspondiente al Bailenense del año, premio que aquel año había recaído en el cómico Manolo Gómez Bur, que si no era natural de Bailén por nacimiento si lo era de corazón, dado que su esposa la actriz María del Carmen Aranda era natural de la localidad.
Y puntuales llegaron el uno y los otros efectuando las oportunas presentaciones, con la inevitable y sana emoción de aquellos que por fin conocían a su ídolo cuyas novelas y personajes tantas veces habían comentado, para después dirigirse al desgraciadamente después desaparecido “Parador de Bailén” en el flamante “Seat 600” blanco de Manuel Ozáez en cuyo comedor felices los “camaradas” “sentaron plaza”. Pidió Manuel Ozáez, Patatas en caldo guisadas con conejo de campo, un revuelto de setas, pipirrana jaenera, perdiz en escabeche y de postre papajotes de sartén con helado, y se relamió de gusto Don Camilo al escuchar, pedía al camarero acompañara los alimentos con vino de la tierra de uva de la variedad “Molinera”.
Y apasionante resultó la conversación durante la comida y la sobremesa; refiriendo el ceramista Troyano como la elaboración tradicional en Bailen de “cacharros” es decir cántaros, botijos, orzas o “alcazarras” a las que así se refiere Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales, había sido sustituida por la de ladrillos y el modo de su fabricación artesanal en el horno árabe, por el industrial en “galleteras”, vaticinando el ceramista, lo que hizo pensar a Don Camilo que era aquel pueblo de augures, - que no era bueno para una localidad cifrar su futuro en un único producto, en este caso, el ladrillo dependiente a su vez de un valor la construcción, en muchas ocasiones de consistencia tan ficticia como el de una “burbuja”.
Y le refirió Perea el comentario que circulaba en los ambientes literarios que aseguraba D. Camilo echó al fuego el manuscrito de la “Colmena” afirmando que era una porquería, evitando su destrucción la intervención de su esposa Rosario Conde que lo recuperó de las llamas; hecho este que Cela confirmó lo que motivó la carcajada unánime de los ya “compadres”.
Y continuó Manolo Ozáez preguntando al Maestro como justificaba que la censura obligara a que su novela “La Familia de Pascual Duarte” hubiese estado prohibida durante tres años, si no lo había sido su primera edición; - amigo Ozáez, no olvide Vd.- le contestó Cela - “que somos un país de aficionados”, y que “no solo los censores carecían entonces de criterio fijo” sino que yo creo “carecían de criterio alguno” y “de formación y de sentido común” por lo que “los escritores de aquella época dependíamos del humor con el que el censor se despertara”.
Y a una botella de vino de Bailén siguió otra y otra y viéndose Cela feliz en tan buena y docta compañía “se vino arriba” dirigiéndose a los tres mosqueteros por sorpresa y de sopetón, para espetarles lo siguiente: …y bien amigos *“El devenir de ese odio y ese amor que me anega el alma, de esa benévola conciencia y de ese venenoso sufrimiento que me constriñe y atenaza el alma es la cultura, y su crónica la literatura”; un rotundo silencio siguió al monólogo del escritor, y miró Ozáez a Perea y Troyano y ambos a él esperando, con expresión que reflejaba el más absoluto de los pasmos, una respuesta a la cuestión planteada, que de ninguno de los citados parecía surgir.
Y quizás debido a la cantidad y calidad del vino ingerido, malentendió Cela el sepulcral silencio, creyendo se trataba de un breve periodo de tiempo que se daban sus contertulios para la reflexión sobre el contenido de la profunda locución que les había “soltado”, y en consecuencia continuó diciendo – es por tanto lo expuesto- “lo que yo entiendo por literatura y no la que autorizan las preceptivas”-, añadiendo para aclarar y -“recuerden, amigos míos-, que para Unamuno, la literatura no es arte de precepto y sí de postcepto”.
Ahora sí pudo nítidamente observarse al finalizar la frase de D. Camilo, como el tono del rostro de Troyano tornaba en rojo oscuro; Perea parecía perder la mirada en el más lejano de los horizontes, intentando Ozáez sin éxito alguno articular palabra; mientras Cela deseando romper tan insólito silencio, que empezaba a sospechar no provenía de la reflexión, les animó a pronunciarse diciendo - ¿Y bien, amigos, cual es su opinión al respecto?, a lo que de forma concluyente… sin previo ensayo… como si de una sola voz se tratara… al unísono… contestaron los tres................................ -“ ea”-.
Y aquí acaba, amables lectores, la historia de la visita y estancia en Bailén del vagabundo Camilo José Cela, al que como la Niña profetizó en 1989 le sería concedido el premio Nobel, y que previa su separación, volvería a casarse en 1998 con Marina Castaño; el porqué no figura este episodio en el capítulo IV de su “libro de viajes” que constituye “El primer viaje Andaluz” publicado en 1959, no escapará a la inteligencia del lector y si así no fuera … nada más fácil pregunten a Ozáez, Perea o a Troyano, que monta tanto.
Fin.
*Extraído de Artículo aparecido en la edición impresa del Diario el País el Domingo, 14 de febrero de 1988
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