Buenas tardes oyentes. Reconozco que hoy me he levantado con el pie bueno, no he tropezado ni me he cortado al afeitarme. Me he mirado al espejo y ¡curioso!, me he visto más joven, más estilizado. Mi mujer, al cruzarnos en el pasillo, me ha dado los buenos días y un leve beso en la mejilla: algo no encajaba. He salido a la calle y el malafollá del vecino me ha saludado con un efusivo ¡buenos días, vecino! ¿Lo has oído? Más tarde me he encontrado con la agradable sorpresa que el moroso de la alfarería ha venido a pagarme íntegramente esa deuda que mantenía conmigo, y yo, gracias a Dios, pude liquidar los recibos diarios a mi entidad bancaria, “… de cuyo nombre no quiero acordarme…”, para no aguarme el día. He desayunado donde siempre, mi café y mi media tostada de aceite con jamón, y un amigo, a hurtadillas ha pagado mi cuenta. No encuentro desagradables sucesos en el diario provincial, cosa extraña. Más aún, compruebo en la penúltima página que me corresponde un buen pellizco en el sorteo de la ONCE, y eran apenas las once de la mañana. ¡Cuán poco me ha costado llamar a mi madre y desearle un feliz día!, a pesar de que hoy no es su cumpleaños, ni santo, ni ninguna fecha señalada. En la acera, cruzo una mirada con la morena del vaquero apretado, que me regala una sonrisa. Me llama el comandante Medina, por cierto, una excelente persona, y mejor amigo, para anunciarme que sobre su mesa descansa mi ascenso. Sinceramente, empiezo a mosquearme, pues no es normal un viernes tanta buena suerte y ni un atisbo de cabreo, engaño, estafa, bronca o metedura de pata. Por aquello de la incredulidad me pellizco y noto cierto dolor en la zona maltratada. De repente oigo un grito y a escasos tres centímetros descubro el rostro de mi hijo pidiéndome por favor que me levante, pues llega tarde al instituto. Todo era un sueño. Ahora sí que estoy molesto, y me pregunto, ¿quién porfió porque despertara de esta quimera?
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