Buenos días. Un año más, en Bailén, hemos reconstruido parte de la gloriosa historia que escribieron nuestros antepasados, los mismos que vertieron su sangre por entre los olivos. No todos eran de Bailén, pues los había de Mengíbar, de Porcuna, de Jaén, de Andújar, de Utrera, de Carmona, piqueros de Jerez, de Granada y de Málaga a cargo del General Reding, de Écija, de Villanueva de la Reina o de Córdoba. Les movía un ideal: la independencia de España del opresor francés. No se pararon a pensar si las ideas ilustradas y liberales que querían introducir en este país eran buenas, propicias o justas. Lo único que importaba era que habían violado nuestra tierra, asesinado a nuestras gentes, mancillado nuestro honor, a pesar de que este se tambaleaba en horas bajas, por culpa de unos papanatas de reyes, padre e hijo, Carlos IV y Fernando VII, enfrentados por la corona y olvidados por completo del pueblo sobre el que reinaban y que pasaba hambre y escasez. Ese mequetrefe de Napoleón se había burlado de las gentes de este país, los había minusvalorado, y ese fue su gran error y a la postre su tumba política, pues se le olvidó, o algún consejero se lo ocultó adrede, que el español del norte, del sur, del este, del centro, de las islas y del oeste, era un ser orgulloso, apegado a su tierra y a sus costumbres, amante de una sola bandera bajo la que todos nos parapetábamos, y que sin complejos nos acogía, algo que hoy se nos ha olvidado, y de lo que tal vez un día nos arrepintamos, pues nuestra historia colectiva, regada de sudor y de sangre, se escribió a nuestro pesar, y a pesar de los políticos de pacotilla. El pasado fin de semana en Bailén rememoramos lo que ocurrió tal día como hoy hace doscientos años, en 1811, un pueblo ocupado por las tropas francesas. Hoy son los financieros los que nos tienen ocupados, y, encañonados. Lo que no saben es que los españoles somos un pueblo orgulloso, y aunque perdonamos, no olvidamos quién es el enemigo.
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