“Malos tiempos para la lírica” o terrible y asquerosa pandemia.
En marzo estábamos a punto de meternos en la imprenta de Elorza y esbozar el siguiente número de la revista decana BAILÉN INFORMATIVO, el número 123. Nos hemos limitado a publicar un solo número año, recogiendo algunas de las actividades en las que participamos -Premios Caecilia, Encuentro con Reservistas, Recreación de La Peza, de Arjonilla, Encuentro con Poetas y Escritores, exposiciones, y varias más-; a lo que añadimos algunos interesantes artículos de nuestros colaboradores habituales sobre la actualidad local y nacional.
Incluimos cuentos y narraciones de escritores de Jaén y de Bailén, que nos denominan “sus editores”, que ilustran los últimos números de nuestra revista.
En ello estábamos liados en el mes de marzo cuando nos golpeó de pleno esta terrible pandemia del COVID-19, o del coronavirus, como ustedes deseen denominarla. Decretado el estado de alarma el 14 de marzo, nos limitamos a aparcar la publicación del presente número, por mor de las obligaciones legales y ante el impedimento de poder visitar la imprenta para orientar sobre el diseño de la publicación.
No hemos estado ociosos. Se ha seguido desarrollando el blog de la revista BAILÉN INFORMATIVO, aunque con menos noticias, dado que estas no se producían al estar la población confinada. El tema siempre ha sido el recurrente COVID-19. Algunos de su miembros han conseguido publicar libros de poesía o acabar novelas que más tarde que pronto verán la luz -¿o se dice al revés?-.
Estos más de cien días nos ha servido de profunda reflexión. Aspectos que pasaban inadvertidos, como la situación de nuestros mayores en las residencias de ancianos, se han puesto de manifiesto de forma traumática cuando hemos conocido el trato denigrante que han tenido en algunas Comunidades Autónomas. Yo mismo perdí a mi madre en este mes de febrero, ingresada en una residencia de la provincia, aunque no fue de COVID-19, sino por su propio e irreversible proceso de enfermedad.
Se han vivido experiencias desconocidas, como tener a la población confinada en sus domicilios, alejadas de sus amigos, de sus propias familias, de sus compañeros de trabajo. Algo nuevo que no todos los ciudadanos han vivido de igual forma. Para muchos ha sido traumático, para otros ha resultado complicado, pero a la postre llevadero.
Los bares, hoteles, tiendas y restaurantes cerrados. Los cines y las salas de fiesta. El botellón condenado. Las empresas sin generar riqueza, los trabajadores afectados por los dichosos ERTEs y percibiendo el desempleo. Los autónomos, por primera vez, accediendo a ayudas directas del Estado.
Familias empobrecidas sufriendo por la incertidumbre de su futuro. Los balcones aplaudiendo a los sanitarios, a la guardia civil, a la policía local, a nuestro ejército, en una muestra espontánea de respeto y de solidaridad.
Más tarde comenzamos con el eterno debate de las dos Españas: la que despierta y la que bosteza, que decía Machado. Asistimos al deplorable espectáculo de los enfrentamientos políticos, a los que el ciudadano de a pie -trabajadores, empresarios y resto de mortales- cada día somos más ajenos y apáticos, y que cada día nos alejan más y más de quienes nos gobiernan y se suponen deberían entendernos.
Es tiempo de concordias, de reconstrucción, de apoyos, de echar una mano, de remangarse la camisa… de echarle cojones, ¡joder! y menos tonterías.
Hace unos días se aprobó la renta mínima vital para las familias sin recursos o con escasos recursos. Es una medida que nos agrada, pero que ponemos en cuarentena, porque mal aplicada creará desidia al trabajo y apatía. Dicha medida deberá de ir acompañada de políticas de incorporación al trabajo de los perceptores, en condiciones prioritarias, de estudios sociológicos sobre las situaciones reales de estos, de los oportunos informes técnicos que avalen que aquellos que reciben dichas ayudas, cumplen con los requisitos establecidos y están en permanente búsqueda de un trabajo o de una oportunidad. Caso contrario cometeríamos un craso error de cálculo.
No obstante, existen otros aspectos que no quiero ni puedo dejar pasar: el miedo a los contagios… y a la muerte; la desafección por el abrazo y el saludo… la mascarilla… las pantallas protectoras… el teletrabajo… las pruebas de PCR… una enorme cantidad de cambios en el hábito y en la conducta que, los más osados, auguran que llegan para quedarse. A lo que yo me opongo. No me conformaré nunca con sustituir un choque de codos con un apretón de manos, una mirada con un abrazo o con un beso. El teletrabajo con la asistencia al habitual puesto, en contacto con los compañeros, riendo, charlando, socializándonos.
No me conformaré nunca conque nos impongan aspectos que para las distintas Administraciones sean favorables, pero supongan un atraso, por su rechazo, para la ciudadanía, y me refiero a las odiosas “citas previas”, o las largas colas… que asemejan épocas antiguas de desabastecimiento.
¿Para entrar en el banco tendremos que hacer colas? ¿Para comprar en la ferretería tendremos que pedir la vez en la calle? ¿Asistir al cine supondrá mantener dos asientos desocupados entre la pareja? ¿Tendremos que hablarnos a través del tejido de las mascarillas?
Pues va a ser que no. No estoy de acuerdo. ¿Y tú, lo estás? ¿Vas a permitir que esto llegue para quedarse?
Manolo Ozáez
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