Estamos viviendo un momento extraordinario, que los que peinamos canas nunca habíamos vivido, aún menos los más jóvenes. Nos está desbordando por los cuatro costados. En algunos casos, durante el confinamiento al que estamos obligados, está surgiendo lo peor, pero también lo mejor de cada uno de nosotros. La solidaridad, aunque tarde, está apareciendo, espontáneamente, que además es como debe de ser, no porque se la fuerce, pues perdería su esencia humana.
Se dicen por los medios lapidarias frases, de las que algunas quedarán en el imaginario popular, se recuperan viejas canciones, olvidadas en el cajón de la buhardilla, que tienen plena vigencia en la crisis actual -no las nombraré porque son de sobra conocidas-, convertidas en himnos para una época que yo denominaría con una palabra: TRISTE.
Por encima de los miedos, que los hay. Por encima de los errores gubernativos, que los hay. Muy por encima del papel absurdo de la oposición en martillear al gobierno, pero sin arrimar el hombro, sin ofrecer una mano para ayudar. Muy por encima de los miserables que quieren acogerse, fraudulentamente, a ver por donde pillo cacho y me acojo a las medidas del Gobierno para cobrar una subvención, que también los hay. Muy por encima del dolor de las familias por la pérdida de las personas queridas, en silencio, la sensación que recorre el ambiente es de TRISTEZA.
Estar confinado no debería ser un motivo de tristeza, en la mayoría de los casos, puesto que hay miles de cosas que dejamos pendientes de hacer en la casa y ahora tenemos tiempo para ponernos al día. Supone un precioso tiempo que compartir con los seres queridos, con los hijos. En muchos casos que estamos viendo, los padres se reciclan estudiando a la par que los hijos en sus deberes. Cogemos libros empolvados que no pudimos -o supimos- terminar de leer. Limpiamos el viejo tocadiscos, o el radiocasete que aún funciona y sacudimos los LP y las cintas para escuchar la música que oíamos en los años 80, 90 y 2000.
La tristeza nos viene por no ver a nuestros seres queridos, los padres, los hijos, los abuelos, las parejas, refugiados bajo otro techo. Por no acompañar a los enfermos durante su aislamiento. Tristeza por perder el hábito del café o la cerveza con el amigo, o las noches de cine y copas con la pareja. Aún más tristeza cuando se entierra a un ser querido y nos es imposible tramitarle nuestro pésame, manifestar los sentimientos, en la soledad de un tanatorio vacío, sin palabras, sin sonidos. Esas son las tristezas a las que me refiero.
Yo no salgo a mi balcón a aplaudir a nadie porque apenas tengo vecinos a mi alrededor, y sería un aplauso al viento y en silencio, pero os prometo que desde mi corazón aplaudo al personal de la Sanidad Española, que le están echando unos cojones de cojones. Aplaudo a las fuerzas de Seguridad del Estado, como la Guardia Civil, que siempre están próximas a nosotros, y que ahora ayudan más que lo han hecho nunca, probablemente, y creo que es la impresión que todo español tiene en estos momentos. Aplaudo a la policía nacional, que se lo está currando, como las distintas policías locales, todos ellos coordinados -ahí están la cantidad de vídeos que circulan por las redes sociales, que dan fe de ello-. Aplaudo al Ejército Español que, aunque en ocasiones no los vemos, salvo en Bailén en las Fiestas de Julio, también están haciendo una labor encomiable, y no solo la UME, sino todos. No se nos olviden que son jóvenes de aquí, de nuestra tierra, nuestros hijos, nuestros hermanos, nuestros sobrinos.
Por supuesto aplaudo a las cajeras y cajeros -que también haylos- de los supermercados, y al dependiente de la tienda de barrio; aplaudo a los camioneros, como siempre he hecho; aplaudo a los conductores de grúas, ambulancias, servicios de limpieza; limpiadoras, amas de casa; autónomos; niños por aguantar este encierro; mayores, que son los que más están muriendo, pero ¡coño! quién se acuerda de los Graduados Sociales, Abogados, Gestores Administrativos, Asesores laborales y fiscales que, de forma callada, silenciosa, sin que nadie nos aplauda, desde nuestros despachos, nos estamos dejando la piel, como nunca nos la hemos dejado en nuestra vida, de por sí ya estresante.
Los famosos ERTEs, de los que todo el mundo ahora ya sabe y opina -je, je, je, je- pero que todos desconocen. Los desempleos de los trabajadores de los ERTEs, las ayudas de los autónomos, los fondos ICO, las medidas para las moratorias de pago de hipotecas, alquileres, aplazamientos de cuotas en la Seguridad Social o en Hacienda. Y mil cosas más que han surgido los últimos días por Decreto de un plumazo, que nos están volviendo locos, a los españoles en general y a los asesores laborales y fiscales en particular. EN MI VIDA HE LEÍDO MÁS REALES DECRETOS Y ÓRDENES MINISTERIALES JUNTAS EN EL MENOR TIEMPO POSIBLE.
Sí, es cierto que se trata de una profesión en la que todos los días aprendes, en la que todos los días te reciclas, una de nuestras razones de ser, pero amigo, ¡no tanto! Que sí, que sí, que todos merecen un aplauso, con el alma y con el corazón, pero, al igual que Gabriel García Márquez escribió "El coronel no tiene quién le escriba", yo quiero dejar una de esas frases para el futuro: "Los Graduados Sociales, los Abogados, los Gestores Administrativos, no tenemos quien nos aplauda", por eso les aplaudo/me aplaudo, porque sin ese ánimo, no sé yo quien, en estos tiempos de inmovilidad y de confinamiento, presentaría los impuestos fiscales para que nuestra economía subsista en un futuro, y con ello se puedan construir hospitales y pagarle al personal de la Sanidad. Quién sin nosotros confeccionaría las nóminas y consiguientemente los seguros sociales para que las empresas puedan pagar sus cargas sociales, que permiten que nuestros mayores puedan percibir sus pagas de jubilación, de viudedad o de invalidez, y que nuestros parados puedan acceder a esas ayudas, siempre mínimas, del desempleo.
No podemos, ni debemos caer enfermos. Le hemos pedimos reiteradamente, a través de nuestros Colegios Profesionales, conjuntamente, al presidente del gobierno, a la ministra de Hacienda, que prorrogue los plazos de presentación del primer trimestre fiscal, de las declaraciones del IRPF, y han sido escritos desechados en la papelera de cualquier rincón de los Ministerios. No podremos caer enfermos, a pesar del riesgo de contagio al atender a los numerosos clientes, al recoger las facturas y documentaciones que nos entregarán en papel, en ocasiones contaminado. Os garantizo que estaremos ahí los Graduados Sociales, los Abogados, los Gestores y resto de profesionales que realizamos estas gestiones para que este país siga funcionando, y para que, cuando escapemos de este estado de alarma por el COVID-19, esta nación, país o Estado tan extraordinario, con tanta historia a sus espaldas, y tan aplaudidor, pueda resurgir de sus cenizas como ave fénix que brota desde sus heridas.
¿Quién vela por nuestra salud financiera, de las empresas, de los trabajadores, de las familias, sino nosotros?, los grandes olvidados, a los que nadie aplaude porque los aplausos ya están suscritos, comprometidos, ya están gastadas y enrojecidas nuestras manos.
E insisto, aplaudo a las cajeras, a las policías, a los militares, a los sanitarios, a los funcionarios, a los sin techo, a los desempleados, porque todos estamos en el mismo barco y navegamos por el mismo océano de incertidumbre. No nos queda otra que remar todos juntos y en la misma dirección, así que los políticos que se arremanguen, no es tiempo de las críticas, que para eso ya se abrirá su período, se disparará el fuego de artillería desde los escaños del Congreso y desde los taburetes de los bares. Para eso ya habrá después un tiempo. Ahora no cabe otra que subirse las calzas, denudarse la corbata, colgar la chaqueta y colaborar donde se pueda.
En lo demás, en lo de la tristeza, cada cual carga con su cruz como puede. Otros, recogen los frutos de lo que en vida fueron sembrando. La única beneficiada la naturaleza, que cada día de nuestro encierro, se regenera de nuevo, ganando parte del terreno que le fue tomado. Un aplauso para la naturaleza, ¿por qué no?
Manolo Ozáez Gutiérrez
Graduado Social de Jaén
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